Los meses pasaron como si imitaran un chasquido de dedos.
Después de que fuera despedido todo personal que laborara en las empresas de los nobles, aún se sentía retumbar la tierra con las protestas que se estaban lanzando al aire como cañones.
No había forma de negar que todo había salido mal. Tras los despidos, tuvieron levantamientos y amenazas. Las personas entraban a las fábricas a vandalizar y a robarles.
El dinero que habían soltado para aliviar los daños, causó que se hundieran más y solo quedaba aceptar lo inevitable. Era sabido por muchos que tendrían que cerrar los negocios. Los nobles aún tenían dinero proveniente de los títulos, pero eran más las deudas que lo absorbían, que lo que les llegaba a rozar los bolsillos.
Y Lord Matthew no podía dejar de pensar en ello porque su boda estaba tocando las puertas. Muchos de los preparativos estaban listos, todo Londres ansiaba que llegara tal evento, pero no tanto como lo deseaba él, se debe resaltar.
Acomodó a la dama sobre su pecho y ésta bostezó mientras se acurrucaba más sobre él. Aquella era una de las muchas noches en que se había colado en la habitación para dormir a su lado, y es que después de tocarla, de besarla, de sentirla suya y de amanecer con el calor de su piel, se había vuelto adicto a su presencia, a su aroma, a aquellos ojitos que lo recibían con su brillo de paz por las mañanas.
Benjamín era su guardián, después de posarse él a su lado, nadie más se atrevió a ponerle una mano encima a su dama. Ella estaba segura en sus brazos, allí, donde hasta la noche sabía que Violetta pertenecía, pero había una oscura verdad sacada del mismísimo infierno que le erizaba la piel de solo pensar en aceptarla, y es que, aun cuando ninguna tempestad la perturbara a su lado, era egoísta de su parte quererla arrastrar a la ruina donde él mismo se estaba ahogando.
No habría forma de que se perdonara si llegaba a lastimarla de alguna manera. Si se suponía que él era su protector, su guardia, su amigo, su amante, ¿cómo tendría la fuerza para decirle que no había comida cuando ella le dijera que tenía hambre?
Se hundiría en el infierno si la mandaba a dormir con el estómago vacío, escuchando sus rugidos mientras estuviera entre sus brazos. Sería una completa desdicha y humillación no poderla vestir con aquellos trajes hermosos que su piel de plata merecía.
Si en el averno ya había una lápida con su nombre, ahora el mismísimo satanás se encargaría de su tortura si se llegase a atrever a lastimar a aquella mujer.
―Estoy muy cómoda―dijo Violetta removiéndose en su pecho, disfrutando de la calidez que el hombre emanaba―, pero me temo que no dormiré a gusto hasta tome un baño.
La mujer levantó la cabeza hasta que se topó con los ojos del conde y sonrió al ver el gesto de incredulidad que había inundado el rostro de su prometido tras aquel comentario.
―Ve, por mí no te detengas. Yo me quedaré aquí mirando que nada te pase―la respuesta del hombre salió traviesa, provocando que un cosquilleo indecente le acariciara el vientre a la dama.
― ¿Y por qué no mejor lo tomas conmigo?―le sugirió levantando una ceja y sintiendo como las mejillas se le encendían al finalizar la frase.
Ambos no habían pasado de besos voraces y caricias prohibidas, jamás habían cruzado la delgada línea entre el fuego y el calor del infierno, aun cuando se morían por poseerse, por ir más allá.Sabían que aún no era el tiempo, que debían de esperar tan solo un poco más, pero por todos los cielos que hasta la mismísima luna se encargaba de alumbrar las ansias que el conde sentía por Violetta, y las ganas que tenía de hacerla suya en todos los idiomas que su lengua le permitiera.
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La Seducción Del Conde | La Debilidad De Un Caballero II | En físico
Ficción históricaUna par de caricias ocultas entre los jardines. Unas tres insinuaciones susurradas en el oído. Cuatro besos ardientes de los que hacen que tiemblen los tobillos. Y cinco razones para caer ante aquella mirada perversa que la quiere solo para él. 🏅#3...