|Capítulo 39|

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Todos en Londres señalaron a Benjamin como la víctima, lo sabían atacado por el baron, y aquellos que antes tenían en un pedestal a Lord Belmont, lo bajaron al nivel de las bestias para seguir a la multitud. Miraban al conde con pena, sabiéndolo débil y herido, pero no alcanzaban a notar el volcán que tenía en el pecho a punto de explotar y quemarle las entrañas.

Estaba furioso. Cuanto no hubiera dado por ser él quien tomó el cuchillo para arrebatarle el alma, cuántas veces habría ido al infierno solo para tener la dicha de ver la vida escapando de sus asquerosos ojos.

Quería ser el héroe, no la víctima. Quería ser el causante de que finalmente la desdicha abandonara a Violetta, deseaba, con el alma entera, haber sido el causante del suspiro de alivio que debió de haber lanzado cuando se supo libre. Y es que, aun cuando hubiera dado miles de pistas tomando la contraria, él siempre veneró el bienestar de la mujer y luchó por verla feliz, aun cuando el rubor de sus mejillas fuese dirigido a otro hombre.

Cuando Benjamin Matthew se supo arruinado, tomó su corazón del suelo, herido en todo punto que los ojos mortales observasen, y buscó a un caballero honorable que le pudiera dar la reputación y la salvación que Violetta tanto necesitaba.

No fue difícil encontrar a Julian Craig, un comerciante rico con raíces escocesas que en cualquier momento pudiera tomar su mano y llevarla lejos de la sociedad que la estaba envenenando. Pero verla con el pirata fue aun más complicado de lo que alguna vez había pensado: cuando Benjamin pudo observar en carne propia cómo los ojos de la dama comenzaban a brillar por otro hombre, dio por hecho que la vida sería más jodida de lo que alguna vez hubiera imaginado.

Jamás creyó que le quemaría el pecho, que terminaría en el suelo juntando los pedazo de lo que alguna vez fue, y es que el amor duele tanto que debería de ser nombrado una enfermedad letal, de esas que te destruyen el alma y después la vida, de esas que abrazas por las madrugadas y una tarde de viernes te encuentra caminando del brazo de otro hombre como si no le hubieras dolido.

Violetta Whitman fue un soplo de aire fresco, fue valentía, fuerza y honor, fue más mujer de lo que alguna vez Benjamin Matthew había merecido. Ella, con su boca roja y su mirada aventurera, se había convertido en la causante de sus delirios, en el suspiro de medianoche que se lanza al viento buscando un corazón que arrope su llegada.

Ella le había enseñado a quererse a sí mismo de buena forma, no de la manera egocéntrica con que solía verse en el espejo. Le hizo ver que en el mundo hay más alma que la suya, que hay más necesidad de la que alguna vez se plantó rastro, y que no hay delirio que se iguale al paraíso que ella llevaba en el pecho.

Violetta le hizo darse cuenta de que estaba muerto y u vida dio inicio en el segundo exacto en el que sus ojos se encontraron por primera vez.

Y ese amor es más fuerte que cualquier daño causado en busca de soluciones erróneas.

Quizás por eso dejó que se marchara, que tomara sus cosas, diera media vuelta, abordara el barco y fuera feliz, porque tenía tantas heridas para sanar, que ningún hombre roto del calibre que él llevaba el pecho iba a tener la fortaleza de reparar.

En cuanto a él, pasó dos días más en cama, y cuando se pudo poner en pie, mandó al carajo la indicaciones del médico y volvió a Londres. Bass y él debían de ponerse manos a la obra, porque el marqués no tardaba en contraer matrimonio, y era necesario desgastar las uñas para revivir sus tiempos de gloria, y evitar a toda costa que su amigo cometiera el error que una vez al conde lo ahogó por orgullos..

La Seducción Del Conde  | La Debilidad De Un Caballero II | En físicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora