|Capítulo 15|

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Los rumores se corrieron por todo Londres, tan rápido, que una mañana estaban dando su primer paseo, y a la otra ya eran la comidilla de toda la sociedad.

Se hablaba de que por fin había nacido una dama con la fuerza suficiente para domar al conde de Montesquieu. Se decía con veneno que quizás era una cualquiera que se había metido en su lecho para hacerse hablar, y otros, la veían a los lejos entrecerrando los ojos y jurando que en su vientre crecía el próximo heredero al condado.

Todo el mundo esparcía rumores sobre lo que querían creer, algunos diciendo que los habían visto dándose un beso en Hyde Parkc, y otros alegando que los encontraron haciendo algo más. Pero todos estos eran disparates, pues desde aquella primera cita con la dama, lord Matthew no le había vuelto a poner una mano encima, y no es que no lo quisiera, por todos los cielos que estaba anhelante de su piel suave. El problema radicaba en que había cometido un error, un dulce y delirante error.

La había besado, y el caos estaba en que lo había hecho con delicadeza, con lentitud, con inocencia, y ese, en definitiva no era él. Benjamín jamás había tocado así a una mujer, y a ella, la acarició como si fuera de cristal y se fuese a romper ante su simple tacto.

Se había prometido que dejaría que fuera ella la que se rindiera y lo besara, que esperaría el tiempo perfecto para que así fuera, pero cuando la tuvo enfrente, se dio cuenta de que no había tiempo más perfecto, que aquel donde su olor glorioso lo abordó como un pirata a su navío.

Fue tan sublime que se ponía duro de solo recordarlo, y después de eso, había salido con ella cada día durante semanas. En cada fiesta a la que la dama acudía, lord Matthew se presentaba y era el único que bailaba con ella. Nadie más tenía el derecho de tocar aquello que le pertenecía, ni siquiera él, hasta que supiera qué clase de magia había en todo aquello que la dama le hacía sentir.
Necesitaba saber, lo más rápido posible, qué era aquello que habitaba en su cabeza al pensarla.
Lord Matthew era inquebrantable, pero Violetta lo estaba rompiendo de a poco, con una sutileza tan sublime, que un simple e inocente beso, pudo derribar un gran trozo de su coraza.

Y en cambio, después de aquel momento, Violetta, en lugar de débil, no pudo sentirse más fuerte. Parecía que su valentía se había regenerado del todo y es que podía jurar que cuando estaba con él, no había mal que pudiera acechar su felicidad.
Cada que alguien los señalaba y cotilleaba sobre ellos, bastaba que el hombre la viera y apretara el agarre en su mano, para que supiera que todo estaba bien, que a su lado, estaba a salvo.

Quizás fuera demasiado precipitado decirlo, pero, aun cuando Eva hubiera estado toda la vida con ella, cuidándola y contándole cuentos por las noches, al estar con Benjamín se sentía llena, plena, como si tuviera la protección que siempre había necesitado.

― No aprietes el corsé, por favor― le suplicó a Eva, mientras ésta la arreglaba para la fiesta de esa noche.

― Esto te dolerá un poco― indicó la mujer mientras ajustaba un poco más las cintas, sólo lo necesario para que todo se mantuviera en su lugar.
Violetta soltó un grito de dolor.

Y no, no es que hubiera hecho algo mal para que su padre ardiera en rabia, sino que el barón acostumbraba golpearla una vez cada mes, sin excepción, como un recordatorio de que había ley, de que él mandaba, y si ella intentaba desobedecerlo, entonces habría graves consecuencias.
Las heridas aún estaban frescas en su espalda, la sal había cortado el sangrado pero ahí seguían, amenazándola con volver a florecer en cualquier momento, y lamentablemente, el vestido que su madre había elegido para ella esa noche, no dejaba que llevara vendas porque era tan ligero que la mostraba abultadas.

No le quedó más remedio que tragarse el llanto, armarse de valentía y colocarse el vestido a secas.
En definitiva sería una larga noche.
Y de eso no hubo duda cuando llegó a la velada y su mirada no encontró en ningún sitio a Benjamín. Se le hacía demasiado extraño aquello, tomando en cuenta que él mismo le había confirmado que asistiría. Y es que se había acostumbrado a su presencia. Desde aquel primer beso andaban por los jardines en pases entretenidos y se veían a veces, como retándose con la mirada para que el otro acortara la distancia y volviera a unir sus labios, pero ambos eran orgullosos, así que solo seguían caminando.

La Seducción Del Conde  | La Debilidad De Un Caballero II | En físicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora