Kent, casa de campo del marqués de Bristol.
Bass Jenner, marqués de Bristol, se bajó de su carruaje sintiendo el aguacero que cayó sobre su cabeza en cuanto puso un pie en el suelo. La lluvia llevaba dos días azoando la tierra, sin descanso alguno, y la verdad es que, después de su largo viaje no esperaba llegar a casa encontrándose visitas en ella.
Caminó por lodo mirando a un carruaje justo al lado del suyo, uno sin sello y sin rastro alguno de su dueño.
Se había marchado por unos días a visitar a su madre y tal parecía que la salud de la misma no había mejorado. Los médicos hablaban de remedios milagrosos, pero ninguno servía de nada. Todos sabían, gracias a lo que se rumoreaba, que había una enfermedad que estaba atacando a las personas, debilitándolas, generándoles una fiebre que ardía como el infierno y unos dolores de cabeza que la tiraban hasta el suelo.
Se estaba volviendo una enfermedad silenciosa que poco a poco atacaba a más y más personas.
Solo le quedaba pedirle a Dios que la curara. Necesitaba un milagro. Ella era lo único que le quedaba después de que su hermano se había marchado a América.
Bass era un hombre bueno, de pocas palabras, incluso escasas, y del tipo que daba señales como respuesta, pero siempre buscaba ayudar a los demás. No pedía el mal. Su corazón era tan puro, que merecería que se le devolviera aunque fuera un poco de la ayuda que había dado. Y ahora le iban a quitar a ella, a su madre, cuando hacía unos meses, la misma enfermedad le había arrebatado a su padre.
Anduvo por las escaleras hasta la puerta principal de su casa de campo, a la que recurría cuando tenía mil líos que arreglar en su cabeza, y al abrir la puerta, se encontró con otro. Uno enorme con la palabra "problemas" flotando sobre su cabeza.
Un relámpago estalló en el cielo cuando la vio allí, justo en medio del salón.
Dios santísimo.
Tenía adelante a una mujer totalmente vestida de negro, con mangas hasta las muñecas y guantes que cubrían sus dedos. El largo vestido, que la acompañaba en su luto, llegaba a rozar el piso y, un velo igual de oscuro, decorado con encaje en los bordes, cubría el delicado rostro que sollozaba en silencio.
― ¿Lord Bristol?
Preguntó un hombre que estaba junto a la dama. Bass apenas y lo volteó a ver, seguía con los ojos puestos en ella.
¿Quién era esa mujer?
―El mismo―fue la única respuesta que dio.
No fue consiente de nada, ni si quiera del charco que estaba dejando en medio del recibidor. Las manos le estaban temblando. ¿Quién era ella? Su apariencia tenía un aire tétrico que le erizó la piel.
―Buenas noches, milord―siguió hablando el hombre―, perdone que lo molestemos a éstas horas y con tremendo castigo de Dios afuera, pero traigo noticias desde muy lejos, donde la protagonista es la misma muerte.
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A la mañana siguiente, lady Whitman despertó en la mansión del conde de Montesquieu, en la misma habitación que el día anterior había recuperado la consciencia. Se estiró en las suaves telas, tan finas, que sintió la brisa que entró por la ventana, fresca con los residuos que quedaban de lluvia. Pudo ver que el sol ya había salido y unas gotas de pena le impregnaron los ojos.
La noche anterior había sido la mejor de su vida. Sonaría una parloteada sin sentido si contara, con el brillo distinto que esa mañana amaneció en sus ojos, que tenía un atisbo de esperanza revoloteando en su estómago.
Había permanecido en la salita de té con el conde hasta ya entrada la noche, y ahora podía decir que ambos tenían la etiqueta de "amigos" puesta en la frente, y era eso bueno, demasiado, pues para ganárselo, primero tenían que conocerse, y ese era un gran paso hacia su meta.
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La Seducción Del Conde | La Debilidad De Un Caballero II | En físico
Ficción históricaUna par de caricias ocultas entre los jardines. Unas tres insinuaciones susurradas en el oído. Cuatro besos ardientes de los que hacen que tiemblen los tobillos. Y cinco razones para caer ante aquella mirada perversa que la quiere solo para él. 🏅#3...