|Capítulo 38|

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Depues de ese dia, Violetta Whitman y todo Londres se vistieron de negro. Por las calles se corría el rumor de un difunto, y se hablaba del funeral como usualmente las mujeres cotillean del vestido que llevarían en la próxima gala.

Era más un chisme que una pena, pero  a fin de cuentas, el llanto agónico que florecía del pecho de una mujer abandonada en la vida, era más fuerte que el chillido de las voces de quien no estuvo ahí mirando el cuerpo caer, la sangre fluir, y la muerte llegar por el alma perdida para arrastrarla al infierno.

Para Benjamin, el salón del duelo se convirtió en una habitación blanca con las cortinas corridas y las sábanas algo rasposas. Aquel lugar, ubicado al final de un largo pasillo en la ultima planta de la mansión, había sido diseñado específicamente para la baronesa y sus tiempos de enfermedad. Se diseñó para las visitas del médico y para impedir que lord Belmont escuchara los gritos agonizantes que salían de la pálida boca como cuervos hambrientos, cuando el vientre de la dama perdía otro bebé.

Era frío, pero el sol entraba con tanto empeño que hasta se podía denominar algo acogedor. En el techo colgaba un candelabro con velas derretidas y en el suelo había una alfombra opaca donde descansaba la cama en la que el conde yacía.

Violetta le pasaba un paño húmedo por la frente. La temperatura se le había elevado mucho durante la noche y la herida se había hinchado tanto que el médico tuvo que aplicar muchas hierbas para menguar la consecuencia que podía traer.

La operación había durado bastantes horas pero la bala finalmente había salido de su cuerpo. Se había ubicado en el hombro izquierdo, y para fortuna de muchos, no había rozado el corazón.

Benjamin llevaba inconsciente un día entero y en Violetta la angustia creció con cada segundo que transcurría y él no abría lo ojos.

Sì, era un imbécil mierable que no se merecia su atención, pero tampoco podía dejarlo sufrir de temperatura, no depues de creer que lo perdería por egunda vez, que se iria lejos, que la vida lo tomaría del corbatín y lo aootaria en el infierno.

Era agonizante la sola idea de pensar que no lo volveria a ver caminando del otro lado de la calle con su sombrero elegante y su sonria perversa.

Le quería, aún cuando ese odiase toda la vida por hacerlo.

-Te he traído el desayuno-una voz cautelosa inavidio el pulcro silencio de la habitación. El paño se detuvo a mitad de la frente del conde cuando Violetta alzó los ojos para enfocar a Julian-. Le hablé a una criada para que te releve mientras comes algo.

Los ojos del pirata se veían apagados, de ese tono que jamás habían lucido, y en su boca yacían todas aquellas explicaciones que se moría por gritar, como buscando que la dama dejara de verle como si él hubiera jalado el gatillo.

-Retirate-ordenó ella, bajando la vista para seguir con su labor.

-Anoche tampoco cenaste.

-No quiero comer, Julian-replicó con la voz seca y un largo suspiro floreció de la voz del hombre.

-Bien, entonces dejaré la charola por aquí para que tomes algo cuando te de hambre-habló mientras se dirigía a una mesita de madera junto a la cama. La dama le siguió los movimientos por el rabillo del ojo.

-No me dará hambre.

-Estás siendo muy necia.

-Necia o no, no pienso comer algo que venga de alguien que cree que mi vida vale uno cuantos euros.

-¿Te olvidas de que fue el conde que estás cuidando quien me pagó?-escupió la indignación que se le coló por el pecho.

-La cosa es que desde un pincipio he sabido la clase de persona que es Benjamin Matthew, pero yo a ti te creí completamente diferente.

La Seducción Del Conde  | La Debilidad De Un Caballero II | En físicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora