|Capitulo 17|

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El Barón no pudo identificar a su agresor. Ni siquiera recordaba una seña en particular. Solo era consciente de que, al salir del salón para entrar en el carruaje que lo llevaría a la mansión, fue interceptado por un hombre que lo derribó. La oscuridad fue tan profunda que no pudo ver sus facciones, y mucho menos dar una completa declaración de los hechos.

Y la verdad es que aquello, a Violetta, la tenía sin cuidado. Estaba demasiado ocupada pensando de qué iban todas aquellas sensaciones que se le amontonaban en la garganta.

¡Estaba feliz!

Y sí, probablemente la castigaría Dios por emocionarse ante tal desgracia, pero una parte de ella se regocijaba. Después de años de maltrato por fin se dio cuenta de que el barón no era indestructible. Tenía un punto débil. Cualquier idiota podía pasarle por enfrente y romperle la cara.

Y eso le daba esperanza.

Ella era fuerte, era decidida. Cuando quería algo, iba a buscarlo. Y ahora, lo que más deseaba, era poder ir a su habitación y meterse en la cama, gritar con la almohada amortiguando su voz, y dejar que la sonrisa que se estaba tragando fluyera como el agua de un arroyo.

La noche había comenzado mal, pero no cabía la menor duda de que se había puesto muy bien.
Subió las escaleras a paso apresurado, temiendo que si se tardara más de la cuenta, llegara alguien a pellizcarla para decirle que todo aquello era solo un sueño. El mejor sueño de su vida.

No había un solo musculo que no le temblara, y en definitiva, aquella acción se intensificó cuando entró a su habitación y divisó a una sombra junto a la ventana, grande, fornida y con el rostro totalmente serio.

Tembló mientras se cubría con la bata que llevaba puesta. Fue un reflejo que vino acompañado de su mano cerrando la puerta.

― ¿Qué haces aquí?

Benjamín dio un paso al frente para que la luz de la chimenea lo bañara. Después de la charla con su tía y de una ardua pelea interna llena de muertes, no había otro lugar al que quisiera ir.

―Necesito hablar contigo, Violetta.

La dama se sintió descolocada. ¿De qué quería hablar después de haberla dejado sola? Indudablemente, la charla debió de haber sido cuando ella se había desnudado el alma ante él.

― ¿Sobre qué quieres hablar?―fue lo único que preguntó. La emoción que sentía en su garganta se sustituyó por dudas.

El conde respiró hondo, como si se diera fuerzas. No era momento de vacilar. Anduvo a paso lento hacia ella, levantando un poco sus manos en señal de rendición, como si con eso le diera a entender que no le haría daño.

―Yo... lamento haberme ido cuando me mostraste tus heridas. Soy un hombre débil, Violetta, y tú...―la voz le murió antes de salir―, me descolocaste.

Llegué a imaginarme mil cosas, menos eso.

Una sonrisa triste inundó el rostro de la mujer.

―No quiero tu lastima, Matthew.

Benjamín no se detuvo. Siguió caminando hasta que la tuvo frente a él, hasta que no hubo una sola célula de su cuerpo que no se maravillaba con su aroma.
Deseó con todas sus fuerzas convertirse en una coraza y abrazarla, para que a ningúna alma se le ocurriera perturbar su corazón puro.

―No te tengo lastima―la dama miró el brillo
peculiar que desprendían sus ojos, como si estos le comprobaran que de su boca solo salía verdad―, al contrario. Cuando desataste el corsé mi mundo se calló...

―Te entendiendo, puedes dejar el tema zanjado.

―...me entró una rabia demoledora que no me dejaba pensar. Sentía la necesidad de romper todo lo que estaba a mí alrededor, porque me consumía la impotencia de no poder protegerte.

La Seducción Del Conde  | La Debilidad De Un Caballero II | En físicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora