Benjamín Matthew había cumplido su promesa.
Para cuando la temporada se encontraba a punto de terminar, podía asegurar, con la frente en alto, que no había existido un solo día en el que no ejerciera de su guardián. Era tan simple como decir que estaba comenzando a depender de su presencia, y, a la vez, era tan complicado como mencionar que no tenía ni la menor idea de lo que esa mujer le estaba haciendo.
No entendía por qué quería pasar cada día con ella y por qué le encantaba hacerla sonreír, y es que, deteniéndonos un poco en esto, ese era el gesto que más le gustaba verle pintado en el rostro. Sabía que Violetta se merecía ser feliz, que necesitaba calma en su vida y una calidez que él tenía que intentarle dar con todas sus fuerzas, porque de algún modo se lo debía después de la forma en la que se había comportado.
Su cabeza confundida aún no ataba cabos, ni llegaba a entender por qué no podía dejar de pensarla, pero por el momento estaba bien así, sin entender, sin una sola pista que lo llevara a saber bien de qué iba a aquello, porque por primera vez en su vida se estaba permitiendo disfrutar.
Estaba concentrando toda su energía en algo que lo hacía feliz, y eso él también se lo merecía.
Durante semanas siguieron con los paseos, con los bailes y los encuentros a escondidas, y, aunque fuera totalmente increíble, los imponentes ojos verdes del conde se habían mantenido en su lugar. No había vuelto a ver a otra mujer desde que puso las cartas sobre la mesa con aquella dama indomable. Y tampoco es como si se le apeteciera mucho.
Violetta tenía el nivel de sensualidad que requería su sistema para no fijarse en nadie más que no fuese ella, y a causa de eso, se hicieron frecuentes las visitas que le daba por las noches a su alcoba.
La mayoría de las veces se quedaban tumbados en la cama conversando sobre banalidades, ambos, alejándose de todo y de todos (ese era el poder que tenía esa mujer en él. Siempre encontraba la forma de meterse en sus pensamientos, de desaparecer todo lo que no la involucrara), en otras ocasiones solo se dedicaban a besarse, primero lentamente, saboreando la pasión que desprendían, el sabor de los labios del otro, la sensación de calor que les encendía hasta lo más recóndito de la carne, y después, se volvían más voraces, hambrientos, desesperados.
Después de todas aquellas noches, el conde había aprendido que tenía una fuerza de voluntad impresionante, pues ya varias veces había requerido de toda ella para no hacer suya a la dama, para no tomarla justamente en aquella habitación y provocar que gritara su nombre.
Y definitivamente, el encuentro que más le había gustado fue el de aquella noche a finales de temporada, en la que, como muchas veces, se escabulló por la ventana de la habitación de Violetta y la vio dormida entre las sabanas de seda que acariciaban su cuerpo. Su rostro de largas pestañas estaba imperturbable, en paz. Se encontraba en un mundo en el que nadie podía hacerle daño, y con el conde allí, junto a ella, casi la podrían describir como indestructible.
Notó que se había quedado dormida esperándolo con su vestido para la cena justo como él le había pedido que lo hiciera. Llevaba suelto el cabello y éste caía lacio sobre la almohada pálida.
Se veía hermosa. Totalmente cautivadora.
Tocó su mejilla suavemente, acariciándole la piel suave, y acercó su rostro para hablarle.
―Violetta―le susurró―, despierta.
Le insistió unas cuantas veces más hasta que la dama se levantó y lo encontró frente a ella. Se alarmó durante tres segundos, y después recordó dónde estaba y con quien.
Supongo que muchas veces las heridas dejan huellas más profundas.
―Levántate, debemos de irnos antes de que se haga más noche.
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La Seducción Del Conde | La Debilidad De Un Caballero II | En físico
Narrativa StoricaUna par de caricias ocultas entre los jardines. Unas tres insinuaciones susurradas en el oído. Cuatro besos ardientes de los que hacen que tiemblen los tobillos. Y cinco razones para caer ante aquella mirada perversa que la quiere solo para él. 🏅#3...