Benjamín le echaba la culpa al alcohol sobre todas aquellas decisiones que había tomado de un tiempo para acá.
Él era un hombre que no solía embriagarse. Le gustaba el alcohol, sí. El vino era su deleite, pero últimamente estaba más borracho que sobrio, y es que no era capaz de encontrar una forma decente para alejarse de su realidad.
Había llegado a la penosa conclusión de que él solo se había metido en la miseria en que vivía, y nadie más había sido el causante de tan desafortunado hecho.
Había lastimado a la mujer que amaba, a quien había logrado sanar su alma y aliviar de a poco su corazón. Le arrancó el alma a quién le había entregado todo, y no había ninguna ley que perdonara tal acto, tal desfachatez, porque su falta había sido peor que un pecado. Era más bien una condena, un crimen, el peor de todos. Sin comparación alguna.
La ridiculizó ante la sociedad. Se comprometió con quien no debió hacerlo. Si bien Lady Madeline había sido su elegida porque le importaba un cuerno hacerle trizas el corazón, ella terminó enseñándole que hasta las mujeres tienen el poder de hundir a los hombres con infidelidades.
Era una cuestión de orgullo lo que lo mantenía atado a ella. No iba a soltarla para que corriera a otros brazos. Si él era infeliz ella también lo sería. Y no porque se lo mereciera, sino porque Benjamin era tan desdichado que ya no tenía fuerzas para arreglar sus desastres.
Se había quedado en la quiebra. No tenía nada. Nada. Ni siquiera llevaba una sola moneda en el pantalón que vestía. Había despedido a dos tercios de su personal, dejando solo al necesario para que la casa no se cayera, mientras él hacia milagros para pagar las deudas que lo ahorcaban.
Vivía en la completa desdicha, y ésta era tan oscura y delirante, que cuando Violetta entró a su habitación aquella noche con ese vestido lavanda que la hacia deslumbrar, provocó que del cielo cayeran estrellas y el suelo bajo sus zapatos temblara.
Tenía tanto tiempo que no le regalaba una mirada, que cuando la tuvo delante, no encontró en su sistema la fuerza necesaria para dejarla ir.
Todo era culpa del jodido alcohol.
—Es usted un maldito imbecil. Un jodido imbecil bastardo.
Las palabras de la mujer lo hicieron levantar las cejas. Era lo primero que decía después de sentarse frente a él. Violetta no tardó en servirse una buena copa vino, que sin vacilar tomó de un solo trago y volvió a llenar.
—Cuando me conociste sabias que lo era—no sabía que más contestar.
La chimenea hacia brillar a esos ojitos grandes.
Iluminó la sonrisa que pintó el rostro de la dama y dejó a la luz cada arruguita que se le marcó en el rostro cuando frunció el ceño.
—De hecho no—acompañó su respuesta de un pequeño mojin en los labios mientras se acomodaba para verlo a los ojos—. Cuándo te conocí me quedé fascinada. Te admiraba tanto. Deseaba con toda mi alma tener tu fortaleza y tu forma de volver todo a tu favor, de salir ganando siempre, de ser el triunfante y no el derrotado.
"Mirenme ahora" Pensó el hombre soltando una pequeña risita de desilusión.
—¿Entonces no creías que era un idiota?
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La Seducción Del Conde | La Debilidad De Un Caballero II | En físico
Historical FictionUna par de caricias ocultas entre los jardines. Unas tres insinuaciones susurradas en el oído. Cuatro besos ardientes de los que hacen que tiemblen los tobillos. Y cinco razones para caer ante aquella mirada perversa que la quiere solo para él. 🏅#3...