Lord Matthew se fue de la fiesta en cuanto salió del jardín.
Sentía el rostro arder, el cuerpo arder, incluso su alma ardía, y es que había algo con ojos de diosa que lo tenía perdido. Esa mujer estaba haciendo un hueco en su pecho para adentrarse a él, y no sabía de qué manera lo estaba logrando.
Tenía unas ganas de ella que lo ponían tan duro, que no pensó con claridad cuando se subió al carruaje y pidió que lo llevaran al muelle, al lugar en donde se juntaban las mujeres deseadas por todo caballero en Londres, esas damas de la noche cuyo oficio era satisfacer placeres.
Pidió a una de piel blanquizca y cabellera oscura, y es que de alguna forma debía de matar las ansias que le producía no poder tocar a Violetta de la forma que más le gustaría hacerlo.
Al conde no le gustaban las habitaciones que allí tenían, así que la subió a su carruaje y la llevó a una de las pequeñas propiedades que tenía en la ciudad.
La mujer era hermosa, con unas curvas tan marcadas en cada punto de su piel, que se imaginó mordiéndola y succionando sus gritos
Se bajaron en la residencia, el hombre con paso rápido y la mujer intentando seguirlo. Benjamín se acordó de que ni siquiera había preguntado su nombre, pero así era mejor. Tampoco le dijo el suyo, no quería que lo anduviera gritando mientras jugaba con su cuerpo para saciar sus ganas de aquella damita retadora.
Anduvo hacia una de las habitaciones. Se aflojó el corbatín en el camino y lo acomodó pulcramente en un mueblecito. Hizo lo mismo con el chaquetin y luego con los zapatos.
Se giró hacia la mujer y la encontró desatando las cintas de su vestido color café con leche. Se veía que tenía práctica en esa acción.
―Yo lo haré―le indicó con su voz ronca y ella lo volteó a ver.―Date la vuelta.
Obedeció y él caminó hasta poder tocarla. Le quitó las cintas a una velocidad sorprendente; él también tenía práctica en esa acción.
La piel desnuda de la mujer quedó a su merced, y no se aguantó el antojo que tenia de comenzar a besarla y morderla. Primero la espalda con un camino de besos que lo llevó hasta el cuello, y después recorrió todo éste dándole tremenda atención a aquellos puntitos que la ponían a temblar.
Estaba perdido y tan segado por el deseo, que no veía con claridad. La piel le ardía y cada fibra de su ser temblaba ante la idea de poseerla.
Las sensaciones lo abrumaban hasta que escuchó un pequeño gemido de placer que salió de los delicados labios, un gemido suave que terminó paralizándolo completamente.
Salió de la ensoñación en la que su mente le jugaba la broma pesada de que besaba a Violetta, y volvió a la realidad en la que se encontraba.
Una pequeña chispa de rabia se comenzó a encender en su estómago.
―Cállate, no quiero ruido―le ordenó―, y ahora vuélvete hacia mí.
La mujer le obedeció mientras él se dedicaba a deshacerse de las capas de tela que aún la cubrían. Fue como destapar un tesoro glorioso y descubrir senderos de piel blanca sin ni una sola marca ni rasguño. Era pulcra y digna de que sus manos la tocaran. Y así lo hizo. La recorrió para comenzar a conocerle las curvas a profundidad y para sentir como se arqueaba cuando sus dedos se volvían traviesos.
Se agachó para besarle el vientre y morderle el ombligo. Comenzó a subir con besos húmedos hasta que llegó a sus pechos, y más que mimarlos, los torturó. Tomó los pezones entre sus dientes y tiró de ellos con una fuerza embriagadora. Siguió su camino hasta que de nuevo llegó al cuello, y después a la mandíbula, besándola hasta que en su recorrido se topó con sus labios...
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La Seducción Del Conde | La Debilidad De Un Caballero II | En físico
Historical FictionUna par de caricias ocultas entre los jardines. Unas tres insinuaciones susurradas en el oído. Cuatro besos ardientes de los que hacen que tiemblen los tobillos. Y cinco razones para caer ante aquella mirada perversa que la quiere solo para él. 🏅#3...