|Capitulo 35|

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El vino era amargo, jugaba con el paladar del conde cada que le daba un nuevo trago. Si, era amargo, y al final, cuando tragaba y el líquido oscuro le bailaba por la garganta, se podían sentir unas cuantas notas dulces que le hacían cerrar los ojos y recordarla:

"Violetta".

Su nombre siempre le había encantado desde aquella primera noche que el destino le jugó la broma de ponerla en su camino bajo un manto de estrellas que le hizo desear todos sus lunares.

Bebió otro poco de vino.

Era rasposo, como aquella alma indomable que lo retaba con el mentón alto y ojos chispeantes.

Podía admitir, con la biblia en la mano y el corazón rendido, que cometió muchos deslices en su vida, y actos impropios que solo el poder del título lo llevó a evitar la cárcel. No era de los que se merecía mucho, ni de los que rogaban por segundas oportunidades (a él debía rogarsele), tenía veneno en el pecho y una lista de pecados que le sería restregada en la cara cuando la muerte le llegara, pero ni aún sumando todos sus daños, llegaría a encontrar el arrepentimiento que sentía por el dolor que le había causado a esa sirena misteriosa, de ojos oscuros y boca de granada.

Violetta Whitman era un delirio, un deleite de mirada profunda y corazón valiente.
Esa mujer era muchísimo más fuerte que él, y por eso lo había conquistado.
Bebió un trago más, pero no alcanzó a tragarlo porque la puerta de su habitación fue duramente golpeada desde afuera hasta lograr ser abierta.
Benjamin volteó para ver a su visita y dio sorpresivamente con un hombre castaño que se plantó a media habitación con una bolsita café que arrojó a la mesita de centro. Las monedas del interior tintinearon con el golpe.
—Puedes quedarte con todo—dijo Julian, sin siquiera voltear a ver al conde, y es que cada que lo pensaba, recordaba la escena que había presenciado y la sangre le comenzaba a hervir en el cuerpo—. Tómalo todo, no lo quiero.

Benjamin rio con sorna.

—No sabía que el poderoso Julian Craig era de los que desecha tratos y mueve la jugada—la burla le acariciaba la lengua.

—No me estoy echando para atrás—rectificó.

—Me temo entonces que tenemos un concepto muy distinto de rendición.

El pirata finalmente levantó la vista, encarando al hombre ebrio que le sonreía del otro lado de la habitación, en un silloncito de cuero donde recargaba sus penas.
—La diferencia entre nuestra persona, milord, es que yo sí soy un caballero, mientras a usted el título le queda grande, los modales se le han expirado y cree que una muestra de amor es acostarse con una mujer después de haberla vendido a otro hombre para que la enamorara.
La sonrisa de Benjamin creció. Si llegaba acercarse un par de pasos más, podría oler sin esfuerzo el alcohol que desprendían los poros de su piel.
—Su caballerosidad y la mía no tienen mucha diferencia, señor, porque no recuerdo que haya presentado inconveniente cuando aceptó el trato y el dinero.
Los puños de Julian Craig se apretaron, y en los nudillos se marcó toda la fuerza que le quería explotar del cuerpo. Necesitaba solo un pequeño soplo en la espalda para tirarle los dientes al conde y calmar de una vez por todas aquella furia que lo estaba torturando.
—Las cosas han cambiado—contraatacó conteniéndose con la boca seca—, y ahora mi decisión también lo ha hecho, y no creo que Violetta se merezca que alguien la quiera por dinero.
A Benjamin no le costó encontrar un brillo en sus ojos cuya sonrisa sabía bien que era la única que lo provocaba.
La boca le supo amarga.
—¿Vienes a decirme que te has enamorado de ella?

Está demás decir que se sentía bien consigo mismo por haber logrado, inconscientemente, que ese hombre mirara la forma en la que Violetta se recostó en su pecho desnudo después de tan dulce orgasmo .
Se estaban retando con las miradas.
Él sabía muy bien lo que Benjamin pensaba. No era estúpido. A decir verdad, tenían más semejanzas que diferencias. Eran hombres rencorosos, expertos en la venganza y en la guerra cuerpo a cuerpo. Se la daban de superiores y creían que el mundo era completamente suyo.
Y ahora, uno de los dos estaba a punto de perder la guerra, y ambos lo sabían.
—Le he pedido que vaya a America conmigo—soltó Julian como si su boca imitara a una bomba.
El corazón de Benjamin rechistó. Torció la boca para disimularlo.
—Violetta no es tonta.
—Claro que no, por eso aceptará.
El conde apretó los puños. Estaba a punto de levantarse del sillón.
—Creí que estaba rompiendo el trato.
Julian sonrió.
—Y eso hago. No pienso dejar que mi relación dependa de tu estúpido berrinche—los pies le comenzaron a andar hacia la puerta. Aún estaba mojado. Del pantalón le navegaban gotas gruesas y el cabello marron se le veía negro.
—Violetta no te aceptara—ya no le quedaban armas.
El hombre llegó a la puerta y tomó el pomo con una sonrisa de vencedor.
—Yo no estaría tan seguro de esa afirmación. Ella es feliz conmigo.
Y se marchó.
Benjamin, en otro momento, se habría levantado en el primer segundo y arrancado sus dientes con las manos en un movimiento seco. Pero ahora ya no quedaba nada de lo que era antes.
Estaba muriendo por dentro, porque muy en el fondo la desdicha de la pérdida lo estaba matando.
Así que solo se quedó ahí, con la copa aún en la mano, pensando en la venganza que ardía al compás del fuego de la chimenea.

La Seducción Del Conde  | La Debilidad De Un Caballero II | En físicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora