|Capitulo 4|

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La baronesa se quedó en una esquina de la habitación mirando como una criada levantaba una vara y le daba en la espalda a su hija

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La baronesa se quedó en una esquina de la habitación mirando como una criada levantaba una vara y le daba en la espalda a su hija.

Lady Violetta solo atinó a sentir cómo el golpe hacía temblar cada fibra de su ser. Le ardió, como hondas que se expandieron por su carne.

―Te he dicho que no quiero que me desobedezcas―anunció el barón parado junto a ella, con la voz dura y el rostro descompuesto―. La desobediencia se paga con dolor, lo sabes bien.

La criada levantó de nuevo la vara y la dejó caer sobre la piel de la joven. Tan solo estaba cubierta por la fina tela de la camisola, y era tan delgada, que sentía que le pegaban justo en la carne viva que ya comenzaba a sangrar. Cada golpe le retumbaba en las entrañas.

―No me gusta que me desafíes―siguió diciendo su padre.

Violetta pudo observar a su madre en la esquina de la habitación, mirando en silencio la tortura. Aquella mujer era tan pasiva, que nada la perturbaba. Estaba acostumbrada a mantener la boca callada, porque la desobediencia se paga con dolor.

Ojalá parara aquello. Ojalá abogara a su favor.
Otro golpe la sacó de sus pensamientos.

«No debes gritar. No debes gritar». Se repitió internamente mientras apretaba los dientes.
No había servido de nada su escabullida durante la cena, ni dio resultado que el conde se volviera misericordioso y no mencionara nada de su travesura, porque tal parecía que, aquella noche que lo conoció, una criada la miró escapando de la mansión y presenció en carne propia la escena en el lago. Admiró cada detalle, y después de cambiarle un par de cosas, corrió con el barón para contarle el chisme.

Lord Belmont respondió dándole una vara a la criada y le ordenó que fuera ella misma, la presenciadora del delito, quien castigara a su hija.

Otro golpe hizo que le escocieran las heridas que cada vez sentía más profundas.

―No le lastime los brazos, solo la espalda, y asegúrese de que las marcas no se traspasen al colocarle los vestidos―habló el hombre mientras admiraba a Violetta en el suelo de la habitación, sudorosa, con la camisola pegándosele a la sangre que le comenzaba a escurrir por la espalda―. Tienes suerte de que no sea yo quien lo haga.

Le dijo el hombre, mientras le golpeaba el brazo con la bota que calzaba, para que supiera que las palabras iban dirigidas a ella.

―No quiero que se vuelva a repetir, Violetta―habló remarcando cada palabra que decía―. Dale gracias a Dios que tengo tantos planes para el conde, que no puedo arruinar la jugada yendo a reclamarle tu chistecito.
La joven respiró profundamente sintiendo cómo el cuerpo le dolía al moverse.

Movió un poco los ojos, mareada, sabiendo que si no estuviera en el suelo, ya habría perdido la fuerza para seguir en pie.

―¿Qué planes?

Logró preguntar entre su delirio.

El baron sonrió como si en su rostro se pintara la misma mueca que esbozaría el demonio.

―Es un conde, querida, si logras casarte con él èl por las buenas, nos dará mucha influencia y parte de su cuantiosa fortuna. Además, ya te vio desnuda. No será difícil atraparlo.

Tras decir aquello le hizo una seña a la criada para que le diera otro azote.

Esta vez sí gritó, la tomó por sorpresa el ardor que le invadió todo el cuerpo y que le hizo cerrar los ojos mientras el rostro se le desfiguraba con una mueca. La sangre se le comenzó a ir a los pies, la vista se le tornó borrosa y la energía que poseía, poco a poco se le comenzó a marchar del cuerpo.

―Dale otro.

Y la orden siguió saliendo, hasta que la joven quedó desmayada.

***

Aquella noche, lady Violetta quedó en su habitación recostada boca-abajo para evitar sentir el ardor que le recorría la espalda.

Eva pasaba un paño húmedo por las heridas, ya teniendo practicada la técnica de curarlas.

―Esto es totalmente injusto.

Musitó la dama con la voz ahogada por la almohada que cubría su rostro.

Soltó un gemido de dolor cuando, después de limpiarle las heridas, su doncella comenzó a colocar hierbas tibias sobre la carne viva.

―Quizá haya una forma de pararlo—Habló la mujer, con un toque de esperanza, mientras lentamente apreciaba las cortadas que cubrían toda la espalda de la dama. Ella misma había estado en la familia cuando el barón contrajo matrimonio, y le había tocado curarle las heridas a su esposa. Le dolía tanto estar allí, haciendo lo mismo con su hija, que tenía que apretar los dientes y contenerse para no ir tras el hombre y acabarlo.

Todos en la casa le temían, porque sabían el destino que les esperaba si se revelaran.
―No hay solución, Eva―musito Violetta, totalmente rendida.

Pronto, el dolor devastador que la cubría, fue menguando por las hierbas que comenzaron a cubrir su espalda.

Soltó un suspiro mientras sentía llegar el alivio.
―Lo hay―aseguró la doncella―. Ya hemos estado hablando de esa cuestión y creo que la oportunidad ha llegado.

― ¿Cuestión?—la voz le murió.

―El matrimonio, cariño.

Sí, ellas habían estado hablando durante noches sobre la posibilidad de que se casara al iniciar la temporada. Tacharon como primordial sacar a Lady Violetta e aquel infierno, y ella, había jurado llevarse a Eva consigo. Apostaba a que el esposo que tendría no se opondría a ello.

―El barón mencionó que, el principal punto en su mira de caza, es el Conde de Montesquieu, y después de lo que me enteré, ya entendí por qué anoche tenías tanta curiosidad sobre las tierras del Este.

Violetta comenzó a sentir vergüenza. Los regaños de Eva le dolían más que los golpes que su padre le proporcionaba. Ella era lo más importante que tenía.

―Sé que hice mal. No tiene que regañarme por lo que...

―No lo hago―la cortó―. De hecho, creo que ha sido un buen inicio.

Aquello desconcertó a la dama.

― ¿Inicio?―preguntó sintiendo como la mujer vendaba su espalda para que las hierbas no se salieran de su lugar.

―Sí, inicio, porque vamos a lograr que se vuelva loco por ti, y nos saque de este infierno.

¿Lograr que se case con él? Pero si ni siquiera lo conocía, aunque quizás, esa fuera la única alternativa para salir de allí. Ya no soportaba más golpes, ya no podría con más injusticias. Era mejor ponerse en manos de un marido, que en las de su padre. Además, el barón tenía algo de razón: si milord ya la había visto desnuda, el proceso para ganárselo sería más fácil.

Tragó grueso, sintiendo cómo la venda hacía presión en su espalda.

―Piénselo, mi niña. El hombre, según lo cuenta mi sobrina, es muy educado y no hace menos al servicio. Quizás, con el tiempo, pueda llegar a ganarse su cariño. Es lo mejor que conseguirá.

No necesitó pensar nada.

Tras saborear la idea, se imaginó corriendo fuera de ahí, totalmente segura y libre. Las esperanzas que yacían en su cuerpo se elevaron como mariposas en el viento de primavera, y supo, que haría cualquier cosa con tal de volver realidad esa fantasía.

― ¿Y qué haré para que el conde se fije en mí?
Eva sonrió mientras terminaba de hacer el trabajo en su espalda.

―Seducirlo.

La Seducción Del Conde  | La Debilidad De Un Caballero II | En físicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora