|Capítulo 1|

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Kent, casa de campo del Conde de Montesquieu

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Kent, casa de campo del Conde de Montesquieu

1861

Él apreció, con todo el deleite que a sus pupilas inundaba, cómo la luna se reflejaba en la piel desnuda de aquella dama tentadora.
Las manos le ardían ansiosas después de encontrarla al llegar al lago, en busca de algo que calmase sus pensamientos y lo dejara dormir. Ya era de madrugada, probablemente media noche, y ahora tenía más que claro que su cabeza desecharía todas aquellas preocupaciones sobre finanzas y se centraría solo en la mujer que se daba un baño ensu propiedad.

Matthew estaba escondido en un arbusto mirando cómo la tierna piel se fundía en las ondas que reflejaban todas las constelaciones del cielo.

A la orilla de éste, logró divisar las prendas que antes cubrían el cuerpo desnudo, y para su sorpresa, las telas parecíeron ser de una excelente calidad, quizás, si hubiera más luz, podría haber asegurado que era ceda.

La joven debía ser de buena cuna, dedujo rápidamente, y buscó su rostro intentando averiguar de quien era hija, pero no encontró en sus rasgos ni un parecido con los nobles que conocía, y eso era mucho decir, a sabiendas de que se enorgullecía de regocijase con todos los de su clase.

Quizás fuera una extranjera o una bella joven que aún no era presentada al mundo.

Sonrió de lado con malicia.

Esas eran sus favoritas.

―¿Se encuentra agradable el agua?―se atrevió a preguntar mientras salía de su escondite.
La chica se paralizó ante las palabras que llegaron por sorpresa a sus oídos y por un momento sintió que el alma se le hundía hasta el fondo del lago.

Se volteó, totalmente rígida, hacia el lugar oscuro del que había provenido el sonido.

Un hombre se dejó ver entre las sombras. Su gruesa silueta reflejándose en las hondas del agua. Era imponente y bajo la luz de la oscura noche, se veía casi aterrador. El único rasgo que divisaba a la perfección, era aquella sonrisa peligrosa que adornaba sus gruesos labios.

En aquel momento, ella fue consciente de dos cosas: la primera, estaba desnuda en el estanque, y nada la podría salvar de que ese hombre mirase su piel expuesta; ni muchísimo menos de que le contase a su padre que de nuevo se había escapado por la noche, y en segunda, se percató de que la mirada que él le brindaba, hacía que le temblaran los pies que estaban sumergidos dentro del lago.

―Perdone, señor. Yo solo...

―Milord.

Corrigió el hombre sonriendo con más ímpetu, y solo con ese gesto, la joven palideció, dándole envidia a la blanca luna.

La Seducción Del Conde  | La Debilidad De Un Caballero II | En físicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora