—Veamos... A Diego le gusta el té verde, a Luther el té rojo, Klaus ama la chocolatada... a la mierda, llevaré el café que Cinco ama.—tomé el envase de su marca favorita y lo metí en el carrito del supermercado.
—Siempre tan linda.—Cinco apareció de repente sobre el carrito, mirándome con una sonrisa.
—¿estabas espiándome? Eso no es muy agradable.—seguí caminando como si nada.
—No te espiaba, Hargreeves me envió a acompañarte.—
—¿te refieres a papá?—suspiró.
—No se lo puede llamar padre a ese hombre, ____. Como sea ¿ya terminas?—
—Sip, tengo que llevar esto a la caja y listo.—
—Y luego... ¿qué quieres hacer?—
—Eh... ¿ir a casa?—solté con obviedad—. No tenemos permitido ir a otro lado, son las reglas.—
—Bueno, las reglas están hechas para romperlas.—Cinco bajó del carrito—. Ahora que lo recuerdo, siempre quisiste ir al parque que está junto al lago. Vamos ahí.—
Llegamos a la caja, donde la empleada comenzó a pasar los alimentos.
—No quiero problemas, Cinco. Suficiente tuvimos con el castigo por salir de nuestros cuartos la otra noche.—le di el dinero a la joven para luego salir del mercado.
—No me dejas otra opción...—
Antes de poder siquiera preguntar qué tramaba, Cinco me rodeó entre sus brazos y, casi de inmediato, todo se tornó borroso.
—¿qué... mierda fue eso?—perdí el equilibrio por unos minutos, pero un pequeño banco sirvió de apoyo—. ¿Cinco?—
Me asusté un poco al no ver al chico por ningún lado, hasta que lo encontré totalmente recostado en el banco.
—¿por qué no contestabas, idiota?—
—Estoy... agonizando.—se tapó los ojos con el antebrazo.
—Pues nadie te obligó a hacer... eso. Hazme un lugar.—
Cinco levantó la cabeza del asiento y apenas me senté, la recostó sobre mis piernas.
—¿tienes problemas para teletransportarte?—
—No, solo... es la primera vez que alguien viene conmigo.—lo miré molesta.
—¿estás diciéndome que no sabías lo que pasaría? ¿y si me hubiese perdido en el espacio-tiempo? ¿qué me dices de haber mutado horriblemente como en ese episodio de Bob Esponja?—el chico rió dulcemente—. ¡no es gracioso!—
—Te traje al parque ¿no me dirás gracias?—
—Estás casi inconsciente, no voy a agradecerte por eso. Me asustaste.—
—¿tienes miedo de que me pase algo?—
—Pues sí ¿no es obvio?—
Deslicé mis dedos por su cabello, sabía cuánto lo disfrutaba y su leve sonrisa me lo confirmó.
—Si algo llegara a pasarte yo... moriría.—
Cinco tomó mi mano libre y entrelazó nuestros dedos sobre su pecho.
—No te preocupes, nada me pasará. Estaré siempre contigo.—
Le dediqué una amplia sonrisa antes de inclinarme y besar sus labios.
—Y por cierto, el parque es muy lindo, no sé si valdrá un castigo... pero aún así es bonito. La vista es hermosa.—
—Sí, yo desde aquí también tengo una bonita vista.—dijo el chico mirándome desde abajo.
—Qué idiota eres...—
Ese día, cuando volvimos a casa, papá... Hargreeves nos castigó, pero no le presté demasiada atención pues tenía a Cinco conmigo.
O eso creía...
Hasta que al otro día, después de una discusión durante el almuerzo, Cinco desapareció para siempre.
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