"Que no te digan que el cielo es el límite, cuando hay huellas en la luna"
Caminaba a paso rápido por los pasillos de aquella empresa que conocía a la perfección desde niña. Sonrió al recordar todas y cada una de las aventuras que vivió al lado del que hasta hoy era su mejor amigo.
Ya era hora de almuerzo así que no se extraño que no hubiera nadie en el piso, para ser sincera ella también moría de hambre pero no había tenido tiempo de probar bocado porque acababa de salir de una larga reunión con los dueños de uno de los hoteles más prestigiosos de la ciudad.
Tomó la manija de la puerta y sin hacer mucho ruido se internó en aquella oficina que aunque visitaba muy seguido nunca le había llegado a gustar.Sus labios se curvaron hacia arriba, estaba más que segura que estaba agotado y con algún dolor de cabeza que resolver en la oficina. Se había quitado la corbata y los primeros cuatro botones de su camisa estaban desabotonandos, el saco de su traje a medida reposaba sobre el respaldo del sillón en el que estaba recostado.
Colocó su bolso sobre la mesa y quitándose los tacones camino en puntitas hasta sentarse a su lado logrando que el castaño abriera de golpe los ojos.
— ¡Cielos Gia! que mala costumbre de querer provocarme infartos — replicó tratando de recomponer su respiración.
— ¿Esa es la forma de saludar a tu mejor amiga? ¿Carlo donde han quedado tus modales ? — se burló acomodando un poco su falda la cual se había subido al ella encoger sus piernas.
— Recuérdame regalarte un cascabel y ponértelo en el cuello — masculló acomodándose en su lado del sillón — más de veinte años de conocerte y sigues pareciendo un pequeño gatito escurridizo.
No pudo evitar reírse, era verdad que a Carlo le ponía de los nervios que hiciera eso pero para ella seguía siendo divertido.
— ¿Qué haces aquí? — preguntó volviendo su mirada hacia ella.
— Estoy aquí porque me mandaste a llamar con tu asistente, ¿Recuerdas? — le dedicó una sonrisa y vio cómo éste se relajaba poco a poco.
— Es verdad cariño, lo siento tengo mi cabeza en otro lado — hizo una pausa y se acomodó para quedar frente a ella — necesito que tú y tu excelente buen gusto planeen una remodelación para todo el edificio del corporativo.
Ella asintió, si bien amaba su trabajo y en los últimos años había logrado de hacerse de una pequeña fortuna diseñando los interiores de cientos de casas y corporativos importantes nunca había metido las narices en las cosas de Carlo.
Miró a su alrededor escaneando cada rincón de la oficina, algunas ideas se le venían a la mente pero debía admitir que le daba un poco de ansiedad cumplir con las expectativas de aquel siciliano neurótico y exigente que se encontraba al lado de ella.— ¿Y bien? ¿Qué dices? — preguntó sacándola de sus pensamientos.
— Pues.... me encantaría — replicó dejando salir todo el aire que contenía en sus pulmones.
— Si tienes alguna idea podemos verla ahora — su voz sonó emocionada y quién era ella para decirle que no.
— Está bien pero pidamos algo para comer muero de hambre — él asintió y se levantó para acercarse a su escritorio — usaré tu baño un momento.
~
Recordó que era hora de almuerzo y que no quedaba nadie en el piso cuando le marcó inútilmente a su asistente un par de veces. Irritado golpeó el escritorio, Teresa conseguía que trajeran su comida en tiempo récord, ahora tendría que encargarse él como el resto de los mortales.
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Regalo de Amor
RomanceGia Bianchi es una hermosa diseñadora de interiores que muere por ser madre y formar una familia pero se ha cansado de esperar al hombre perfecto. No era que no lo hubiera intentado, era hermosa y cientos de hombres la habían cortejado a lo largo d...