Capítulo 4

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El francés abre puertas

[Laia Álvarez]

Voy a suspender.

«¡Oh dios! ¡Voy a suspender!» Estos pensamientos me persiguen una y otra vez, así que me levanto, apilo los papeles que vuelven a invadir mi habitación y me arreglo un poco –lo suficiente para que quién me vea no se piense que soy una loca. O, mejor dicho, un zombi–.

Me pongo unos shorts negros, un top blanco, sandalias. Me aplico un poco de brillo de labios. Y cuando estoy a punto de irme, me acuerdo del pelo. Mi adorable pelo... «uf» Me arrastro hasta el baño y después de ver que hasta que me duche, será irreparable, me hago un moño bajo que me queda bastante Tumblr. Pero encrespado. Muy encrespado.

Salgo de casa poco después de colgarme la mochila al hombro y de avisar a Miranda y Helen de que finalmente sí que me uniré al grupo de estudio anti-suspenso. Qué remedio. ¡Y yo que pensaba que me podría sacar el maldito titulo sola!

Media hora después llego a casa de Miranda, quien tras llamar al timbre me abre inmediatamente y me encuentro con que puede que mi caos de papeles no sea caos sino orden.

Aina se ha ido al pueblo el fin de semana y viendo que le sería imposible estudiar –ya que no le llega el wifi–, tuvo la excusa perfecta para no presentarse a la estúpida prueba oficial de francés. ¡No sé por qué demonios las otras nos apuntamos! ¡En especial yo! ¡Que el francés no es lo mío! En fin... los setenta euros están pagados, así qué... a apechugar.

Después de tres horas sumidas en las conjugaciones del Avoir y el Être, los puñeteros verbos irregulares (mil veces... ¡Qué digo! Un millón de veces peores que los de inglés) y las miles de cosas a estudiar antes del examen, -examen que muchos alumnos hacen en secundaria pero que nosotras tuvimos la maravillosa idea de hacer, en la universidad (imagina mi nivelazo)-, decido que me he hartado. Yo y todas.

Recogemos el lío que hemos hecho y nos separamos. Helen hacía su casa, a dos paradas de tren, Miranda hacía casa de su novio –el chico del Regions, síp, ese mismo–, y yo –al igual que Helen–, pa' mi casa que me voy.

Voy recitando en voz alta las frases que me tengo que aprender una y otra vez.

—Bonjour. J'ai m'appelle Laia et j'ai 19 ans. J'habité à Molins de Rei, un village à côté de mon...

«¡Mierda!»

—Bonjour. J'ai m'appelle Laia et j'ai 19 ans. J'habité à Molins de Rei, un village à côté de Barcelona avec ma père...

—Bonjour. J'ai m'appelle Laia et j'ai 19 ans. J'habité à Molins de Rei, un village à côté de Barcelona avec mon père, ma mère et mon petit frère. Mon...

Estoy enfrascada en mi disputa mental, va ganando la negatividad, cuando mi boca suelta un:

—Au revoir!

«¿A quién acabo de saludar?» Giro rápidamente la cabeza, examinando todos los peatones. No hay nadie que conozca. Creo. Avanzo un par de pasos cuando me doy cuenta de que he saludado a alguien en francés. ¡En francés! Puede que este más metida en la lengua de lo que me parece y ¡Tschüss!

­­—¿Perdón?

Me volteo de nuevo y me encuentro con un sonriente chico de la lotería. Por lo visto lo he dicho en voz alta... «Ups...» Pero aún la vergüenza que me invade, colorándome las mejillas, una pequeña sonrisa me curva los labios. Su sonrisa me derrite.

—Pensaba que era el día de los idiomas —dice entre una que otra risa al mismo tiempo que se encoge de hombros. Tiene un fuerte acento ¿inglés? ¿alemán? Porque eso era alemán ¿no?

—Yo... Bueno... Estoy intentando no suspender francés... —acabo respondiendo tras unos segundos buscando la respuesta, e inmediatamente me doy cuenta de mi error «¡Ahora parezco imbécil! ¡Intentando no suspender! ¡Ole mi ch...!»

—Lo he visto —dice y me vuelvo a sonrojar. ¿Cuánta sangre me cabe en las mejillas? —Buenos días. Me llamo Laia y tengo 19 años. Vivo en Molins de Rei...

— ¡Pillado! —medio grito para que no siga por donde va—. Hablar más bajo, entendido. Aunque no es mi culpa que haya por aquí un diccionario con patas —le suelto. ­ ­­ ­

Vuelve a reír y me derrito aún más, pero entonces me doy cuenta de cuantos datos le he rebelado: Nombre (Laia), edad (19), pueblo (Molins de Rei), con quién vivo (con mis padres y me hermano pequeño), etcétera. ¿No he dicho la dirección verdad? ¿Y si es un violador? «¡Laia!» Me grito a mí misma. Me parece que leo demasiado.

Y entonces me doy cuenta también que le he soltado un rollo a un chico majo, divertido y que está muy bueno. Un rollo que no es ni interesante, ni divertido ¡ni siquiera un poco sexy! «Ugh... Como las oportunidades salen tan a menudo...» Me doy una hostia mental por tal pensamiento y entonces él abre la boca para decir algo que nunca sabré por qué mi teléfono suena. Lo saco del bolsillo maldiciendo entre dientes cuando me doy cuenta de que no es el mío. Es el de Miranda. No puedo responder sin contraseña, pero sé lo que me diría.

—¡Corre que tengo prisa! ¡Voy a llegar tarde! ¡Ven a mi casa que quiero mi móvil!

Así que murmuro un adiós y me alejo corriendo por el mismo sitio donde he venido. Un triste jag se pierde en la noche.

 Un triste jag se pierde en la noche

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