Capítulo 40

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Sangre

[Laia Álvarez]

Es curioso como todo puede cambiar en solo unos instantes. Es curioso como la muerte juega con nosotros, revoloteando a nuestro alrededor día tras día hasta que finalmente decide dejarse ver. Y es más curioso aún el no darnos cuenta de este juego hasta que ocurre el final, hasta que decide mostrarse y acabar con todos esos momentos donde no nos hemos percatado de su presencia.

Es extraño también como un olor puede ser tan terrorífico. Como puede hacernos imaginar hasta niveles tan indescriptiblemente indescriptibles que no pueden ser descritos con palabras. Como puede hacer que nuestra mente se nuble hasta el punto de que nuestra visión se emborrona y todo lo que queda es su olor metalizado.

El olor de la sangre y la visión de los cuerpos.

Y solo puedo correr, correr hacia ellos horrorizada. Correr hacia ellos para intentar evitar lo inevitable, tan aturdida como puede alguien llegar a estar en una situación remotamente similar.

Cuando finalmente llego a la puerta lágrimas empiezan a correr por mi rostro. Tras los disparos mi cabeza había empezado a imaginar miles de escenarios, pero ninguno de ellos era ni remotamente tan terrorífico como el que tenía delante puesto que ninguno de ellos era como este. Real.

En ese momento el olor a sangre se cuela en mi nariz y me tambaleo ligeramente antes de empezar a correr hacia ellos mientras intento mantener dentro mío las arcadas que amenazan con querer salir.

Corro hacia ellos tan rápido como puedo, mil ideas y sensaciones no concretas pasan por mi cabeza, pero nada tiene sentido. Solo los veo a ellos, solo veo sus cuerpos. Solo huelo la sangre. Solo noto la sangre.

Mi respiración se corta cuando finalmente tras lo que parece ser una eternidad llego a ellos, pero en ese momento empiezo a hiperventilar. No puedo. No puedo verlo. No soy capaz, así que me doy unos segundos para calmarme. Tengo que hacerlo bien. Cierro los ojos momentáneamente, hago un par de inspiraciones profundas y finalmente contemplo la escena. Necesito saber que está pasando para poder actuar.

Miranda. Primero miro a Miranda, es menos macabro.

Su cuerpo descansa en el suelo, cara abajo. Un inmenso charco de sangre se escapa de ella empapando el largo pelo del que siempre alardea.

Me obligo a pensar con claridad y posteriormente -acercándome a Cameron- contemplo con horror su distorsionada figura.

Cuelga del techo por los brazos, sus pies no tocan el suelo. Sangre se escapa de las esposas que lo mantienen sujeto, pero no es nada comparado con la sangre que se escapa de los cortes que le surcan el cuerpo. No es nada comparado con la sangre que se escapa del agujero de bala que tiene incrustado en el abdomen.

Las lágrimas me impiden ver, pero saco el móvil del bolsillo y con las manos temblorosas marco tan rápido como soy capaz.

112.

Emergencias.

—Uno uno dos ¿Cuál es...

Empiezo a hablar antes de que termine la pregunta.

—Les ha disparado. Les ha disparado. Les ha disparado... —mi voz se rompe.

—¿Cómo te llamas? —pregunta la voz del otro lado del teléfono.

—Laia —consigo responder entre sollozos.

—¿Laia puedes contarme exactamente qué es lo que ha pasado?

Asiento nerviosamente y tras coger aire con nerviosismo empiezo a hablar. Mis palabras se mezclan. Hablo rápido. Demasiado rápido.

—Iván les ha disparado se ha llevado a Cameron y le ha disparado hay mucha sangre...

—Has dicho "les ha disparado". Laia, ¿ha disparado a alguien más?

—A Miranda no sé qué hace aquí pero también hay sangre hay mucha sangre... —mi voz se vuelve a romper y solo puedo llorar. Ni puedo. No puedo con esto. No soy malditamente capaz y morirán por mi culpa. ¡Por mi puta culpa! ¡Porque no pude parar de indagar!

—¿Dónde estás? ¿Sabes dónde estás? ¿Puedes decírmelo con exactitud?

Aunque no me ve, asiento antes de decírselo.

—Hemos enviado ambulancias y a la policía. Ahora, ¿puedes ayudarme?

De nuevo asiento ligeramente con la cabeza y supongo que interpreta mi silencio porque sigue hablando.

—Acércate a Cameron. ¿Respira?

—No lo sé... —solo puedo llorar. Mi cuerpo no me obedece. Mi mente tampoco.

—Laia, ¿puedes acercarte a él? ¿Su pecho se mueve?

Otro sollozo se escapa entre mis labios.

—Respira. ¡Sí que respira! —grito cuando me doy cuenta. Su pecho se mueve trabajosamente, dejando salir gemido tras gemido con cada inspiración, pero se mueve. Se mueve. Mis lágrimas se intensifican. Aún más.

—Vale, ahora necesito que te dirijas a Miranda. ¿Respira ella?

—No lo sé...

—¿Puedes acercarte más?

—No... No respira...

—¿Estás segura? ¿Sabes cómo puedes realizar una reanimación cardiovascular? —su voz se mantiene serena.

—Sí... Pero... ¿Y Cameron?

—Laia, Cameron respira, vamos a centrarnos en Miranda ¿De acuerdo?

Vuelvo a asentir levemente.

—¿Puedes poner el teléfono en manos libres?

Tras cumplir con sus indicaciones dejo el teléfono en el suelo.

—Muy bien. Ahora ¿Puedes colocarte de rodillas a su lado? Lo estás haciendo muy bien Laia.

Con asco me arrodillo y una arcada sube por mi cuerpo cuando mis rodillas se empapan de sangre. No puedo.

—Ya está —acabo contestando cuando consigo tragarme el vómito.

—Muy bien. Coloca una mano en el centro de su pecho. Las puntas de tus dedos deben casi llegar a su clavícula.

—No puedo... La sangre...

—¿Qué pasa con la sangre?

—Si aprieto se desangrará... No puedo...

—Laia ¿Tiene el disparo en el pecho?

—Sí...

—¡Mierda! —se escucha levemente al otro lado, pero cuando vuelve a hablar su voz está nuevamente serena—. No pasa nada, las ambulancias están llegando ¿Las escuchas?

Asiento.

Las escucho.

Empiezo a llorar de nuevo. Me abrazo y empiezo a llorar. Porqué esto me supera. Porque no soy capaz. Porqué esto es demasiado. Porque no pueden morir. Porqué lo quiero. Lo quiero demasiado. Y me odio por no ser capaz de reaccionar. Y hay demasiadas emociones en mi cabeza. Y todo es culpa mía. No debería haberlo metido en esto. Debería haberle insistido más, convencerla... Y de repente escucho media docena de pasos corriendo hacia mí.

Levanto la cabeza y solo puedo ver como empiezan a moverse a nuestro alrededor. 

 

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