Capítulo 43

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Ineffable

[Jaylin Davis]

Con pasos largos pero inseguros me adentré en el escenario. Un par de lágrimas de terror se deslizaron por mi mejilla, pero seguí adelante, seguí adelante hasta llegar al centro del escenario dónde me quedé parada, mirada gacha.

Conté los segundos:

Uno.

Dos.

Tres.

Cuatro.

Cinco.

Y con un movimiento brusco me bajé la capucha que me cubría el rostro, volviendo a contar en instante en que lo hice.

Uno.

Dos.

Tres.

Y me desabroche la capa con la mano que sujetaba el arco. Esta cayó al suelo -rodeándome- y desveló el vestido que me había comprado unos días antes junto a Alice y Julie. Coloqué con un movimiento brusco mi violín en posición para poder empezar a tocar.

Y así lo hice.

Al momento unas vacilantes notas empezaron a fluir, notas que poco a poco empezaron a coger algo de fuerza.

Clavé la mirada en los focos que -gracias a Dios- no me permitían observar el público y toqué hasta se acabó la canción, interminables minutos después.

Los focos se apagaban lentamente. Yo estaba sumida en una especie de trance: no había percibido nada de la canción. Podría haber estado tocando cualquier pieza y no me habría dado cuenta. Los minutos anteriores eran un borrón difuminado en mi memoria. No recordaba más que alejarme de él. Él.

Mientras me retiraba del escenario lo busqué con la mirada. Se alejaba. ¿Se alejaba?

Jake recorría con prisas el pasillo del lateral de las butacas inferiores, alejándose a rápido paso. ¿Por qué iba al parking?

Lo perdí cuando me adentré entre las voluminosas cortinas que separaban los miles de ojos de los lugares más recónditos ocultos a la vista de todos. Allí dentro, todos revoloteaban desacompasados en una harmonía imposible de comprender si no formabas parte de ella. Nadie vino a decirme que debía hacer, nadie se acercó a mí, pero mientras buscaba la salida que daba al parking trasero capté más de una mirada que me seguía.

Pocos minutos después traspasé la puerta trasera. Un nublado cielo nocturno me recibió con su frío aire de finales de otoño y la duda me invadió. «¿Por qué lo estoy siguiendo? ¿Qué estoy intentando descubrir? ¿Qué necesita algo de calma antes de salir al escenario? ¿Qué estoy haciendo?» me pregunté. Pero igualmente seguí adelante.

Allí parada, con el viento haciendo revolotear el pelo, escuché voces que discutían y me acerqué. Rodeé un par de coches y me encontré finalmente con él.

Con él y Raven.

Discutían.

A voces.

—¡Se lo diste! ¡Se lo diste a ella! ¿¡Cómo pudiste...?! ¿A caso ya...? —Raven gritaba, enfurecida.

—¡Para de una puta vez! ¡Ella no tiene nada que ver! ¡No tiene la culpa de lo que ocurrió! ¡No...!

—¿¡A no?! ¿¡A no?! Dime, ¿Dónde está? ¿Qué está haciendo? Los recuerdas ¿Verdad? ¿O acaso ya los has olvidado? Porqué yo aún lo hago... ¿Sabes? Y...

—¿Pero qué narices estás diciendo? ¿Cómo mierdas crees que los he olvidado? ¡Todo fue mi puta culpa! ¡Todo! —su tono de voz me dejó helada. Entre los coches observaba la escena que se estaba llevando a cabo delante de mí. Jake nunca había usado ese tono de voz conmigo. Ese horror, esa furia, ese hielo. El miedo a recibir esa frialdad hizo que inconscientemente me agachara ligeramente para no ser descubierta.

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