Capítulo 38 - Primera parte

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La llamada que todo lo cambió - Primera parte

[Laia Álvarez y omnipresente]

Colgó el teléfono. Iván colgó el teléfono, pero no fui capaz de reaccionar. Me quedé pasmada, aterrada, paralizada. Los gritos de mis padres se difuminaron de fondo -al igual que durante la llamada- y solo quedó el terror. Mi mente se quedó en blanco. Mi cuerpo también. Pero el pánico seguía allí, seguía allí a pesar de que mi cerebro no reaccionaba en absoluto.

Una puerta se abrió y se cerró, y solo la voz de mi hermanó llegó a sacarme fuera del trance en el que me había sumido.

—¿Qué está pasando? —preguntó.

En ese momento reaccioné y el tiempo que hasta unos instantes antes había pasado a cámara lenta se aceleró. De repente me encontraba cogiendo las llaves del coche de mi madres -que des de siempre habíamos guardado en el primer cajón de la cómoda del vestíbulo- entre lo que ahora parecían triviales amenazas.

—¡Si te vas no volverás a entrar en esta casa!

—¡No te atrevas...!

Gritaban mis padres, pero nada de eso me importaba. Nada importaba salvo él.

Mientras corría por las escaleras -incapaz de esperar el ascensor-, no pude evitar llamarlo, esperando que nada fuese verdad. Pero no respondía, no respondía y no sabía cómo era posible que en la media hora que había pasado des de que había estado con él todo esto estuviese pasando.

Nunca antes había estado tan aterrada, aunque en esos momentos aun no sabía que lo peor estaba por venir.

Llegué al parking de la planta -2 un par de minutos después y pocas milésimas de segundo más tarde me encontraba saliendo por la rampa que daba a la calle a toda velocidad.

El corto trayecto se hizo eterno y fugaz a la vez. Los edificios pasaban difuminados a través de mi ventana. El indicador de velocidad marcaba muy por encima del límite. Bocinazos e insultos me eran dirigidos. Pero nada de eso importaba. Solo lo hacía él, y el tiempo era vital, puesto que no me podía llegar a imaginar que podría hacer ese monstruo para divertirse mientras me esperaba. Mi mente podía llegar a imaginar muchos escenarios, demasiados, pero sabía que la suya era mucho más retorcida que la mía y eso me aterraba. Me aterraba a niveles que en ese momento nunca antes había experimentado.

Mis ojos se anhelaron de lágrimas cuando empecé a llegar a los primeros edificios del polígono industrial y solo hice que aumentar la velocidad.

Mi móvil empezó a sonar, pero solo por el tono de llamada ya sabía quién era. Mi madre. La ignoré y presioné con más fuerza el acelerador, logrando que el coche empezara a pitar, avisándome de que iba demasiado rápido. Nunca logré -ni intenté- descifrar porque no lo había hecho antes.

Pocos minutos después me adentré en la estrecha carretera que adentrándose en el bosque me llevaría a mi destino. Aunque me dolió como si me arrancaran el corazón reduje la velocidad cuando las cerradas curvas empezaron a hacer presencia. Quería llegar a él, no morir en el intento.

En ese punto todas las ansias empeoraron. Quería llegar a él y ya estaba tan cerca... Pero aun no. Aun no. ¡Faltaba tan poco! Pero aun no. Intenté relajar mi respiración, empleando por primera vez la técnica que habían intentado enseñar en el instituto con la intención de rebajar la tasa de puñetazos que se dirigían a las caras de aquellos que no podían controlar sus palabras. Pero no funcionó. No funcionó hasta que divisé el abandonado almacén que todos en el pueblo conocían a causa de todos los problemas que un día había ocasionado.

Me acerqué tanto como pude y salté del coche cuando todavía no estaba del todo quieto. Con todas mis fuerzas corrí hacia la puerta. Con todas mis fuerzas corrí hasta que un estrepitoso sonido rompió el silencio. Un disparo.

En ese momento corrí aún más y llegué a la puerta cuando cuatro más, completamente sucesivos, me prepararon para la que iba a ver.

Cuando vi la escena delante de mí, supe que el terror que había sentido no sería nada comparado con el que sentiría de ahora en adelante.

Cuando vi la escena delante de mí, supe que el terror que había sentido no sería nada comparado con el que sentiría de ahora en adelante

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[Omnipresente]

Veinte minutos antes.

Iván Zahdánov se paseaba nerviosamente dando vueltas al almacén. Todo se le había escapado de control. Aun la poca preocupación que habían mostrado los agentes -que no sabían nada, se había asegurado de eso- esos dos no pudieron parar de indagar. Y eso le enfurecía, le enfurecía mucho. En poco menos de una noche había ideado el plan ideal para deshacerse de ellos sin que pareciese lo que iba a ser, así -con ellos fuera de juego-, podría seguir con su verdadero plan. Encontrar a su preciado hermanito y llevarlo al infierno, si podía ser, acompañado de su molesta novia.

Las pistas para hallarlo eran claras. Ya sabía dónde se encontraba. Había tardado algo más de un año en encontrar a esa inmunda cucaracha que no había dejado de moverse alrededor del globo, pero lo había logrado. Lo había logrado y ahora solo le quedaba aplastarla. Disfrutaría tanto haciéndolo...

Solo de imaginárselo, el cuerpo le enviaba oleadas de placer, pero, aun así, aun teniéndolo tan cerca, no podía hacerlo hasta ocuparse de esos pequeños problemitas que habían decidido que era muy divertido jugar a detectives.

Un resoplido de molestia se escapó entre sus labios cuando el chico que colgaba del techo sujeto por las muñecas emitió un gruñido. ¡No se callaba ni cuando estaba fuera de combate! ¡Pero que molesto era!

Estaba amordazándole -ya harto de sus molestos sonidos- cuando una ahogada exclamación rompió su tan apreciado silencio. Alzó la mirada rápidamente, sin miedo, pero con extremada molestia ante otra interrupción, cuando sus ojos la vieron.

¿Qué hacía Miranda allí?

¿Qué hacía Miranda allí?

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