Capítulo 28

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La cena

[Anna y Sheila Collbusó]

[Anna Collbusó]

—Llegáis ta... —me quedo parada cuando reparo en las caras que me llevan. Pero cuando Cameron pasa por mi lado sin decir nada, comprendo que algo ha pasado—. ¿Qué le has hecho? —suelto sin pensar y me arrepiento un poco cuando los ojos de la chica se abren ligeramente, asustada y sorprendida a la vez.

—Me ha hablado de su familia —responde con dolor en el rostro, y aunque por sus rostros sé que la tristeza lo ha alcanzado fuerte, me muestro sorprendida porqué Cameron no se abre con facilidad.

Me obligo a sonreír ligeramente, como disculpa, y la invito a entrar conduciéndola hasta el comedor.

—¡Sheila! ¡Marc! ¡A poner la mesa! —grito esperando que no lleven los cascos a todo volumen. La chica espera incómoda -sin saber que hacer- en un rincón del salón y cuando mis hijos pasan olímpicamente de mí se acerca preguntando donde están los cubiertos. Intento que esa idea se borre de su cabeza, es nuestra invitada y no ha tenido un recibimiento demasiado apropiado, pero cuando veo la preocupación escrita en su rostro le indico donde están las cosas. Debe hacer algo -aunque sea parar la mesa- para distraerse. Conozco a Cameron y sé que después de sincerarse necesita un corto momento a solas para recomponerse, y si la chica no hace nada irá a buscarlo cosa que solo lo entristecerá más, ya que lo asociará a que le tiene pena. Cómo hace siempre.

Cuando llevo la olla a la mesa, me sorprendo gratamente ya que está puesta como se debe, chuchara y tenedor a la derecha, tenedor a la izquierda y servilleta plegada formalmente dentro el vaso. Cosa que ningún adolescente salvo ella parece saber o querer aplicar.

Creo que nota mi mirada sorprendida porqué se sonroja ligeramente.

—¡Último grito de advertencia! —vocifero y rápidamente aparecen mis hijos por el pasillo desconcertados delante de la chica, quien se revuelve nuevamente incómoda.

—Soy Laia.

—La novia de Cameron —concluye Sheila mientras -sin mirarla demasiado- se sienta en la mesa.

Fulmino con la mirada a mi hijo cuando lo escucho murmurar que está buena.

Los cuatro nos sentamos en la mesa y pocos segundos después Cameron aparece por el pasillo.

—¿Pela sentimental? —pregunta mi hija con malicia y cuando la cara de él no muestra expresión alguna comprende que algo ha pasado.

—¿Por qué no os presentáis?

—¡Mamá! ¡Qué no tenemos tres años! —exclama de nuevo ella y mi mirada la hace reaccionar.

—Soy Sheila. 15 años.

—Plena adolescencia —le explico a Laia, esperando que comprenda la situación. Los ojos de mi hija se tornan blancos.

—Yo soy Marc, tengo 12. Por cierto, ¿Sabías que Cameron no para de hablar de ti?

La cara de la chica se vuelve roja y en la cara de Sheila aparece una sonrisa de diversión, pero menos la de mi hijo -que no se ha percatado de nada- todas nuestras caras están teñidas de preocupación.

—Cuéntanos Laia ¿Qué estudias? —pregunto en un intento de reconducir la conversación hacia temas no delicados.

—Estoy en primer año de periodismo. Sueño con escribir narrativa, pero hasta entonces habrá que sustentarse —responde sin apartar la vista de él.

—¿Cómo os conocisteis? —curiosea Marc después de unos instantes de incómodo silencio.

Una pequeña sonrisa curva sus labios.

—Podríamos decir que lo saludé sin ser consciente, me contestó, lo amenacé con tirarle el libro de francés... —una expresión de diversión con nostalgia surca su rostro y empiezo a comprender porque Cameron está tan enamorado.

—Creo que deberías explicar el día que te pusiste a gritar como una loca porqué Miranda te apartó de mí —añade de repente Cameron y la tensión desaparece considerablemente de nuestros rostros, siendo sustituida repentinamente por una sonrojado instantáneo en las mejillas de la chica, que empieza a negar nerviosamente con la cabeza—. ¡Dios del cielo bendito! ¡Me la cargaré! ¡Asdfghjkl! ¡La pienso decapitar viva! ¡Otra conversación interrumpida! ¡Me la cargo! —empieza a gritar él.

—¿Lo dije en voz alta? —pregunta repentinamente pálida y las estruendosas risas de él, finalmente me demuestran completamente que está bien.

Todos acabamos riendo y la conversación finalmente empieza a fluir.

—¿Podemos jugar a las 10 cosas sobre ti? —pregunta en un momento Marc y cuando todos asentimos, menos ella, que no sabe que es, empezamos. Comienza Marc y después le toca el turno a Sheila.

—Hicimos un torneo de bolos en el instituto y gané. Em... Las películas románticas no están tan mal... — mi hijo la interrumpe.

— ¿Las películas románticas no están tan mal? ¿Y dónde queda el: ¡Qué asco! ¡Son asquerosas! ¡Chorradas!? —pregunta con una sonrisa burlona en el rostro.

Los ojos de Sheila se entrecierran con odio, recordándole la norma de no intervenir ni dar la opinión.

— En el último test de Cooper me salté una vuelta. La vez que Marc rompió el plato chino en verdad no fue él... Y diez, —finaliza con nerviosismo. — Tengo novia.

[Sheila Collbusó]

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[Sheila Collbusó]

Todos me observan con sorpresa en el rostro. Con incredulidad. Mierda mierda mierda...

— Tú... Tienes novia —verifica mi hermano sin llegar a creérselo.

Asiento nerviosamente, pero sin dejar entrever mis nervios. Soy una experta en esto último. En el instituto tienes que aprender a mantener tus emociones y sentimientos bajo candado sino quieres salir herida y tras cuatro años soy finalmente una experta.

Tras unos segundos de miradas atónitas por parte de todos menos Laia, mi madre se levanta y me abraza.

—Te quiero. ¿Lo sabes verdad? —asiento, relajándome por primera vez en mucho, mucho, tiempo—. Y ahora —añade—, quiero una fecha para conocerla. Tenemos aquí a Laia y quiero la tuya tan pronto como sea posible. ¿capisci?

Solo puedo sonreír.

Solo puedo sonreír

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