Capítulo 14

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Todo acaba en - ida. Detenida. Desaparecida. ¿Estresida?

[Laia Álvarez]

Acompaño a los agentes en completo silencio. El miedo ha invadido mi cuerpo. El desconcierto también.

"Aina Cuevas ha desaparecido".

"Aina Cuevas ha desaparecido".

"Aina Cuevas ha desaparecido".

La frase que la agente me ha dicho tras salir de la clase se repite una y otra vez en mi cabeza. "Aina Cuevas ha desaparecido".

Una lágrima resbala por mi mejilla, pero antes de caer en la pena, mi mente cae en algo.

—¡Iván! —grito. El hombre, no recuerdo su apellido, se gira para mirarme, pero no dice nada, supongo que esperando que yo continúe—. Ayer la detuvieron —me mira como si fuese estúpida, eso ya deben saberlo—, y cuando la fuimos a recoger estaba en trance. Tras un buen rato nos dijo que había agredido al chico porqué su primo Iván le había mentido. Le había dicho que estaba muerto —el agente se gira hacia su compañera, quien está conduciendo. Comparten una extraña mirada que no logro descifrar.

—¿Dijo algo más?

—No... —respondo rompiéndome la cabeza intentando recordar algún otro detalle. «¿Dijo algo más?» Es posible que sí, si me ha costado veinte minutos recordar comentar lo que pasó, es posible que se me pase algo por alto ¿no?

«Aina Cuevas ha desaparecido» vuelve a repetir mi voz interior. Aina, mi Aina.

El tiempo que tardamos a llegar a la comisaria me es indefinido, borroso. Pueden haber pasado tanto minutos como horas ¿Días?

El pánico se incrementa cuando veo la inmensa comisaria delante de mí porque en ese preciso instante todo se vuelve real. Aterrador. Miles de escenarios pasan por mi mente, todos basados en libros que he leído. «Creo que leo demasiado, aunque últimamente estoy teniendo este molesto bloqueo de lector...»

—Señorita —dice la asqueada mujer parada al lado de mi abierta puerta—. Señorita —repite con frustración.

La miro, dándole a entender que la he escuchado.

—Hemos llegado, necesitamos que nos acompañe.

Asiento con la cabeza más veces de las necesarias, consiguiendo así que la mujer ponga los ojos en blanco.

Lentamente me levanto del asiento trasero y los sigo hasta un ascensor.

Mutilación.

Mercado negro.

Drogas.

Tráfico sexual.

Venda de esclavos.

Torturas.

Rescate.

Los escenarios vuelven a mi cabeza y tengo que apoyarme en la pared del ascensor para no caerme. «¿Estoy sacando conclusiones precipitadas?» Observo a los agentes, parecen serenos, tranquilos, «estoy sacando conclusiones erróneas» me digo. Tras un par de respiraciones profundas, me convenzo. Ella está bien. Ella tiene que estar bien.

La imagen de un desolado Cameron pasa por mi mente sin venir a cuento.

La falsa seguridad desaparece.

Ella no está bien, ¡ha desaparecido!

Las puertas del ascensor se abren tras un molesto pitido y entramos en una sala divida en espaciosos cubículos de cristal llenos de bullicio y movimiento. Decenas de personas van de un lado a otro, hablando entre ellas, llevando papeles, conversando... Me quedo embobada observando el todo, cosa que hace que la mujer tenga que arrastrarme del brazo para conseguir que me mueva. Creo ver a los padres de Aina, pero entre que estoy medio embobada y vamos a buen paso, no puedo corroborarlo.

Me llevan hasta una sala con un par de sofás, una cafetera y una mesa de juntas donde me dejan sola.

Sola. Como Aina.

Entonces caigo en el hecho de que no sé por qué estoy aquí. «¿Qué deben querer de mí?»

Me levanto del muñido sofá y empiezo a dar vueltas por la sala.

«No deben de sospechar de mí ¿No?»

—En ese caso estarías esposada —justifico en voz alta «¿O eso solo pasa en las películas?».

Aina.

Me vuelvo a sentar en el sofá y sin yo quererlo mi pierna se empieza a mover arriba y abajo, una y otra vez con nerviosismo.

«¿Por qué tardan tanto?»

Me vuelvo a levantar y voy hacia la ventanilla de la puerta. Observo el caos que reina a mi alrededor y veo como los dos agentes que me han escoltado, regresan hacia aquí. Me siento de nuevo en el sofá como si nada hubiese pasado. Pero cuando abren la puerta y entran, me levanto nuevamente, incapaz de permanecer quieta.

—¿Por qué estoy aquí? —exijo.

Ambos agentes comparten una mirada muy obvia. Me consideran perdidamente estúpida.

El hombre suelta un resoplido.

—Necesitamos información sobre ella y establecer una línea temporal antes de su desaparición. Según su amiga Helen Thornblack, usted fue una de las ultimas personas en verla en persona —me explica como si ya me lo hubiese contado anteriormente. «¿Lo ha hecho?»

—Además —añade la mujer—, sabemos que fue la última persona en contactar con ella antes de su desaparición. Agradeceríamos saber de qué hablaron, para poder saber si dio algún indicio o prueba que a usted se le pudo haber pasado por alto

—Yo no hablé con ella —digo—. Se fue con Helen y no la he vuelto a ver.

No la he vuelto a ver.

«¿La veré algún día? ¿O ese fue el último?»

Mi respiración aumenta de ritmo con las obvias implicaciones que esto tiene.

—Señorita, estamos intentando recuperar el correo, pero sabemos a ciencia cierta que tras separarse de la señorita Thornblack, le envió un correo electrónico. Puede confiar en nosotros —agrega tras unos segundos. «¿Por qué lo dice? ¿Por qué no debería confiar en ellos?» Esa última frase ha sonado rara...

—No he recibido ningún correo de ella —defiendo, pero entonces caigo en el hecho—. ¡Mierda!

—¿Qué pasa? —pregunta uno de los dos, pero no les presto atención. Con una creciente ansiedad, rebusco rápidamente el móvil en mi mochila y al encontrarlo abro inmediatamente el correo electrónico. Abro la carpeta de correo basura y lo veo.

Un correo de Aina, datado veinte minutos después de que Helen la dejara en su casa por la mañana.

Lo abro tras dirigirles una mirada de pánico a los agentes.

Aina sabía que todos sus correos me iban a la papelera. Sabía que tenía que avisarme que me había enviado uno para que yo lo buscara expresamente. Sabía que yo no lo encontraría hasta que la policía viniese a mí. Sabía que iba a desaparecer.

Empiezo a leer.

Empiezo a leer

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