Capítulo 30

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La cita

[Laia Álvarez]

Me observo atentamente en el espejo, buscando cualquier imperfección o indicio de que no debería ir. Pelo rizado, bastante aceptable dentro de mis estándares normales. Rímel. Pintalabios rojo pasión. Un vestido de fiesta rojo que me llega a las rodillas. Leotardos negros. Las Doctor Martens...

Helen -des de mi cama- me observa atentamente.

—Laia... Vas a llegar tarde.

—Mmm...

—Estás perfecta —vuelve a repetir, pero eso no quita que me vuelva a repasar otra vez.

—¿Y se en vez de estas me pongo las manoletinas? —pregunto al aire.

—¡Laia! —exclama—. ¡Ya! ¡Llevamos cuatro puñeteras horas!

—Verdad... Pero bueno... A ver... Tampoco me va a ver... ¿No?

—¡Laia! Te arreglas para ti, no para él. No pu...

—Verdad, verdad. Pero es que estoy muy nerviosa... Es... Bueno... Nuestra primera cita... —acabo diciendo, y el espejo me demuestra cuan colorada puedo llegar a estar.

Helen suelta una risita ante mi tono de voz: —Miranda mataría por verte así. —comenta—. ¡Pero cuanto tiempo le quita el novio! —exclama, e involuntariamente me tenso. Me tenso porque no me atrevo a contárselo. Me tenso porqué Aina sigue desaparecida. Porque no encontramos la conexión. Porque podemos estar dando palos de ciego. Porque no tenemos nada tangible, pero no puedo parar de buscar. Porque hay algo, lo presiento, pero no lo encuentro, y no me atrevo a moverme hasta descubrirlo.

Un suspiro después -y finalmente- cojo el bolso dando por terminada la larguísimamente eterna tarde que hemos pasado probándome conjuntos, cosa que me atrae de nuevo a la realidad, al hecho de que estoy a punto de verlo de nuevo.

«No pasa nada... No pasa nada... He cenado con su madre... Me he acostado con él... Me contó sobre su familia... Hemos investigado juntos... No pasa nada... Solo es una cita... No pasa absolutamente nada... No pasa nada...» Me repito y con Helen pisándome los talones salgo a la aventura.

Con una sonrisa y miles de nervios surcándome el cuerpo avanzo por las calles de Molins hasta llegar a la plaza del Ayuntamiento, dónde lo diviso, esperándome

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Con una sonrisa y miles de nervios surcándome el cuerpo avanzo por las calles de Molins hasta llegar a la plaza del Ayuntamiento, dónde lo diviso, esperándome.

No puedo evitar mirar la hora y comprobar que, efectivamente, vuelvo a llegar tarde. Eso, sorprendentemente, no me afecta. No me estresa como normalmente me pasa -«supongo que estoy en las nubes»- y mi sonrisa se agranda aún más cuando me acerco lo suficiente a él pudiendo apreciar así sus deleitables detalles. «Los cuales te podrías pasar horas mirando» comenta mi subconsciente y extrañamente -y creo que por primera vez en toda mi vida- le doy la razón.

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