La vida de Cameron nunca volverá a ser la misma. Nunca.
Jaylin lucha por perseguir sus sueños, aunque estos impliquen cambiar de instituto, de ciudad, de vida.
Jake está cegado de odio, de rabia, pero sobre todo, de culpabilidad.
Está estudiando per...
Nos encontramos en el Conservatorio de Ámsterdam, a escasas filas del escenario.
Cameron se remueve incomodo en el asiento, concienciándose de que dentro de escasos segundos escuchara tocar a los que fueron sus compañeros durante años. Sus amigos. Incluso su hermano.
Preparándose para comprobar por sí mismo que el grupo ha vuelto a funcionar y que han vuelto a formarse ahora sin él. Y con Jaylin.
Colocando una mano encima la suya le doy fuerzas en el momento en que los tres entran al escenario.
Tocan como si no hubiera un mañana y aunque la música clásica nunca ha sido lo mío, me enamoro. Me enamoro de las notas. Me enamoro de su pasión al tocar. De su compenetración. Tocan como si se conocieran de toda la vida, como si fuesen una misma persona. Pero todavía así, dentro de esa persona se encuentra otra. Jaylin y Jake. Sus miradas compartidas, sus sonrisas dedicadas. Ese brillo en los ojos que debo tener cuando miro a Cameron. O que espero tener, porqué es tan brillante como la luna en una noche estrellada.
Una sonrisa se instala en los labios de Cameron cuando ellos se retiran del escenario.
—Podrías hacerlo. Puede que nunca sea igual o que simplemente vayas más despacio, pero podrías volver a tocar —le susurro—. Cuando tocas no miras. Sientes. Y eso no lo has perdido.
Su sonrisa se ensancha y se gira hacía mí, con sus brillantes ojos celestes mirando al infinito. Parece que esté soñando. O puede que simplemente ya lo esté.
—Puede que sí. Pero no lo haré. El violín es mi pasado, ahora quiero avanzar hacia el futuro —con euforia nos unimos a los aplausos—. Contigo.
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