Capítulo 42

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Que todo pase no quiere decir que todo acabe. 

[Laia Álvarez]

—¿¡Laia!?

—¡Dios mío! ¿¡Qué-qué...?!

Mis padres se acercan corriendo por el pasillo del hospital. Me examinan con preocupación. Con miedo. Con horror.

Y las lágrimas vuelven a surgir, corriendo la sangre que cubre mi rostro. Mi madre me abraza a pesar de ella. Me envuelve entre sus brazos, con fuerza y temblor. Lloro. Sollozo. Pero unos minutos después me hacen levantarme y me conducen al baño. Mi padre se queda fuera.

Me lavo las manos. La cara. Los brazos. Mi madre me pasa la sudadera de mi padre, pudiéndome así sacar mi camiseta ahora empapada de sangre. De su sangre. Vuelvo a aumentar el sollozo que tras más de diez minutos había aminorado considerablemente. Y mi madre me vuelve a abrazar. Sin preguntas. Sin juicios. Sin palabras.

Pasados unos minutos salimos de nuevo al pasillo, dónde mi padre nos espera -preocupado-. Nos sentamos en las sillas de la sala de espera de quirófanos y entre lágrimas les cuento todo. La policía no tarda en llegar y ahora son mis padres los que lo recrean todo mientras mi mente se encuentra completamente perdida.

Creo que en algún momento tras la trágica noticia me duermo.

Creo que en algún momento tras la trágica noticia me duermo

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—Laia, Laia. Laia —abro los ojos lentamente y no tardo ni dos segundos en reaccionar. Cameron. Clavo los ojos en mi padre. Mi madre ha desaparecido. —Lo acaban de subir a planta —me levanto rápidamente y no tardo en seguirlo. Habitación 223. Las lágrimas vuelven a estallar cuando lo veo, tendido en la cama.

Decenas de cables salen de él. Una cánula descansa en su nariz. Millones de pitidos surcan la soleada habitación donde se encuentra. Una vía intravenosa sale de su mano. Un pesado vendaje rodea su abdomen. Docenas de apósitos lo cubren. Bajo la atenta mirada de mi padre corro hasta él, hasta "abrazarlo" y pegarme a él tanto como me es posible.

Horas más tarde vuelvo a despertarme, aún a su lado, pero me obligo a separarme de él

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Horas más tarde vuelvo a despertarme, aún a su lado, pero me obligo a separarme de él. Tengo que contactar con su familia. Al menos la de aquí. Merecen saber lo que ha pasado. Merecen saber lo que he causado.

Cuando llega mi madre -y bajo la amenaza de no volver a hablarle sino me avisa si hay novedades- salgo del hospital con papá, quien me lleva hasta su casa.

Aparcamos a pocos metros de su edifico. Él me acompaña. Se lo pido.

Marco el tercero primera. Una voz no tarda en salir.

—¿Quién es? ¡Cállate, Marc! ¿Hola?

Reacciono.

—Sheila. Soy Laia, la...

El sonido de la cerradura abriéndose me invita a pasar. Mi padre me aprieta el brazo, reconfortándome.

Subimos lentamente, Anna me espera en la puerta.

—¿Laia? ¿Qué...?

—Cameron está en el hospital —mi padre le cuenta el resto. Yo no estoy por la labor. Mi mente sigue vagando hasta la habitación. Necesito volver. Estar a su lado. No tardamos en ponernos en camino. De nuevo.

Llegamos media hora después. Ahora es Anna quien lo abraza. Sheila los observa en la distancia, inexpresiva. Por suerte su hermano no ha venido.

Pocos minutos después siento la obligación de hacer las debidas presentaciones. Mi madre. Mi padre. Anna. Sheila. Ninguno sabía nada y es mi culpa. Se separan pocos minutos después. Mis padres y Anna van a por un café. Sheila se instala en una de las sillas del pasillo, permitiéndome quedarme a solas con él. Mi Cameron. Y previsiblemente vuelvo a llorar. Llorar de miedo y de culpa. Llorar de terror por lo vivido. Fue mi culpa, mi culpa de meterlo en esto. De arrastrarlo hasta mi problema.

Pero también lloro por ella. Lloro por Miranda. Lloro por sus padres. Por su familia y amigos. Lloro porqué ya no la veré de nuevo y ella no verá nada. Y lloro hasta que no me quedan lágrimas.

—Mmm... mmm...

Abro los ojos que mantenía cerrados, escuchando los regulares y tranquilizadores pitidos de sus vitales y apareciendo la oscuridad, Cameron. Me incorporo rápidamente.

—Hola... —mi voz suena rota, la suya rasposa.

—A-agua... —le acerco la botella a los labios haciendo que pegue un bote ante el repentino contacto. Bebe con avidez, pero en medio de un sorbo se queda completamente parado. El sonido de un corazón sin latidos invade la habitación cuando con un rápido y brusco movimiento se arranca los electrodos que tiene pegados al pecho.

Abocándome casi encima suyo, consigo evitar que se arranque la vía.

—¡Sal! ¡Sal! Tengo que salir de aquí, tengo que salir, tengo que salir... —repite como si fuese un siniestro mantra. Intentando poner la mejor voz posible intento calmarlo. Con un mano sujeto su hombro derecho, con la otra le acaricio el rostro, rostro con unos ojos que se mueven frenéticamente de un lado a otro sin ser capaces de ver nada.

—No pasa nada. Estás bien. Estas seguro. Estoy contigo. Estas bien Cameron. Tranquilo, tranquilo... —pero no consigo nada más que aumentar su estado de locura.

Lágrimas empiezan a surcar su rostro mientras grita, con voz rota, con dolor. Y no físico precisamente.

Finalmente se duerme cuando una enfermera, -avisada por la desconexión de las vitales- le pincha un sedante. 

Durante la cuarentena por coronavirus voy a intentar subir un capítulo diario (y repito INTENTAR porqué des del instituto nos han acribillado a deberes y trabajos -voy a morir-) para tanto distareme yo como para intentar que vuestra cuarentena (si...

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Durante la cuarentena por coronavirus voy a intentar subir un capítulo diario (y repito INTENTAR porqué des del instituto nos han acribillado a deberes y trabajos -voy a morir-) para tanto distareme yo como para intentar que vuestra cuarentena (si la tenéis) sea un poquillo más levadera.

¿Os unís al reto?

Besos virtuales (que por suerte no son contgiosos🤣😅) y que la cuarentena sea levadera.

(16/3/20 cuarto día encerrada en mi casa)

onrobu.

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