Capítulo 17

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¿Verdad o reto?

[Jaylin Davis]

Volvemos al juego. Le toca a Alice, la más borracha.

—Jaylin —dice mirándome fijamente y haciéndome tragar saliva—. ¿Verdad o reto?

—Verdad —digo rápidamente. No tengo nada que ocultar y, además, no quiero que me haga hacer algo como lo de Oliver. Me moriría.

Su sonrisa de borrachina se ensancha.

—Confiésale a Jake tu pregunta.

¿Por qué Jake me odia? Se convierte en: ¿Por qué me odias? Pero no puedo preguntárselo. No puedo. Hay miedo. Hay vergüenza. Y me quedo en blanco.

—Venga Jaylin... —insiste Alice con malicia. Y la odio. En ese momento la odio tanto... Odio como le ha afectado el alcohol y la fiesta. Odio que me haya hecho venir y aún más que mañana no recordará nada de lo que ha hecho hoy. Odio.

—Yo... Yo... Em... —mis palabras se traban al salir de mi boca y mi ira pasa a segundo plano. Solo quiero desaparecer como nunca lo he hecho, pero todos me miran -expectantes- y en espacial él, que me examina sin expresión en el rostro, aunque con una avidez que nunca había visto en unos ojos humanos—. Yo... —vuelvo a intentar, pero nada sale de mi boca. Así que - sin saber que hacer- bebo.

Mi garganta quema. Mis ojos se inundan de lágrimas que no dejo caer, pero me obligo a acabarme el pequeño vasito. Mi mundo se oscurece durante unos segundos, pero mi miedo, mi vergüenza, no desaparecen.

—Yo... Yo... Que-que-quería sa-saber... quien-quien es tu mejor amigo —acabo diciendo de un tirón, pero solo consigo confusión.

Las expresiones de todos los presentes se muestran sorprendidas -demasiado sorprendidas-, pero tras racionar, en vez de enfadarse porqué -obviamente- he mentido, sus rostros se oscurecen. Recibo un par de miradas del más profundo desprecio antes de que -con cautela y miedo- lo miren a él.

Pero él no reacciona. Con sus ojos clavados en los míos y la más profunda inexpresividad en el rostro se levanta y rompiendo el contacto entre nuestras miradas, desaparece por el bosque sin decir una palabra. Por primera vez en mi vida, y aunque no comprendo el motivo, se ha ciencia cierta que la he cagado.

Me quedo pasmada, sin saber que hacer, examinando las exageradas expresiones de todos los presentes y de repente me encuentro corriendo detrás de él.

Corro. Corro tanto como mis cortas y borrachas piernas me permiten, pero él anda demasiado rápido llevándome mucha ventaja.

—¡Jake! ¡Jake! ¡Para por favor! —acelera el paso—. Venga... ¡Jay! —grito por error cuando me invade un corto déjà vu de mí persiguiendo a mi primo pequeño (con el que comparten nombre) durante un cálido día de verano.

Se gira. Su expresión inescrutable. Sus ojos fijos de nuevo en los míos.

—¿Cómo me has llamado? —pregunta con una voz desmesuradamente gélida.

Me quedo completamente en blanco mientras empieza a andar hacia mí. Sus ojos gélidos son el primer signo de emoción que observo. Trago saliva.

—Yo... Yo... Yo... Me-me-me he equivocado... —acabo diciendo mientras retrocedo, algo asustada.

Una sonrisa sarcástica aparece en su rostro.

—Ya te advertí que no deberías haber venido —dice con un tono que no logro identificar.

Entonces sucede.

Mi espalda choca contra un árbol y sus brazos se colocan a banda y banda de mí, encerrándome.

Siento su cálido aliento, su corazón martilleando en su pecho y mi mente se queda completamente en blanco. «Mierda». Mis ojos se clavan en los suyos, pero sus ojos no se clavan en los míos, me recorren de arriba abajo sin prisa alguna consiguiendo que mi piel se erice en respuesta, justo como hizo en el comedor. Al contrario, yo no separo los ojos de los suyos. Son lo único que veo. Esas esferas de un oscuro azul. Atrapantes. Vívidas. Indescriptibles.

Su lengua recorre con extrema lentitud sus labios y solo puedo tragar saliva consiguiendo así que una sonrisa ladeada vuelva a parecer en su rostro.

—No sabes todo lo que has removido ¿Verdad? No tienes ni idea y aún así... —pregunta con una voz increíblemente ronca mientras hace disminuir aún más los pocos centímetros que nos separan. Cierro los ojos cuando nuestros labios se encuentran. Se rozan levemente regalándome una sensación que no había sentido nunca. Una sensación cálida, eléctrica, efímera. De repente el contacto desaparece y con ella, él. Tras soltar un suspiro sarcástico se separa rápidamente, engullido por el bosque.

Pero a diferencia de él, mis preguntas no se van.

«¿Por qué me odia?».

«¿Qué he removido?».

«¿Por qué he deseado durante unos instantes que me besara?».

«¿Qué está pasando?».

«¿Qué está pasando?»

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