Capítulo 39

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La respuesta

[Jake Ayers]

Estamos subiendo en el metro de regreso a la residencia cuando Jake se gira bruscamente hacia mí.

—¿Quieres ir a cenar? —me pregunta. Mis ojos se abren más de lo que lo han hecho nunca. Mi boca también.

—¿Qué? —suelto inconscientemente ante la sorpresa. Su cara se tensa. No sé si por arrepentimiento por haberlo preguntado o por sí por mi relación. Realmente no lo sé. Aún no sé leerlo. No sé si algún día lograré hacerlo.

—Bueno... no lo sé, es solo que me he olvidado de todo. Ha estado bien. Hemos estado bien —explica encogiéndose de hombros. Avergonzado.

» Dejando de banda la tensión del principio —añade unos segundos después con un atisbo de risa divertida en el rostro. Me abstengo de decir que dos de las dos horas y pico que hemos pasado han sido en silencio escuchando a la filarmónica. Que si estando callados y sin prestarnos atención hubiese habido tensión estaríamos muy mal. Pero en cierto modo tiene razón. Nunca antes habíamos pasado tanto rato juntos sin que alguno de los dos la cagara. Sin que preguntara algo que no debía. Sin que se enfadase. Sin ignorarnos. Sin miradas frías o de desprecio. Sin que yo apartase la mano... Des de ese día en el conservatorio de Nueva Jersey, des del día en que todo cambió, no habíamos coincidido. Pensaba que me ignoraría como lo hizo después de nuestro encuentro en el bosque, pero no lo ha hecho. Se he mostrado educado, sincero, dispuesto a que la mala relación entre nosotros desaparezca. Dispuesto a cambiar para que desaparezca. ¿Y qué sería la vida si no tomásemos riesgos?

Por primera vez me aferro a esa pregunta. Me aferro a ella con la esperanza de poder aferrarme a él. Me aferro a ella con todas mis fuerzas. Me aferro a ella y tomo el riesgo. Tomo el riesgo de intensificar los extraños sentimientos que tengo. Tomo el riesgo de que él me importe y después me hiera. O lo haga yo. ¿Pero qué sería la vida si no tomásemos riesgos?

—Ha estado bien —corroboro. Su mirada se ilumina ligeramente.

—Lo otro olvídalo. No he pensado. Lo siento...

—¿Por-por qué? —tartamudeo. Y me aferro a ella—. I-i-iba a de-decir que sí.

Sus ojos se abren con sorpresa. Tarda unos segundos en contestar.

—¿Quieres ir a cenar? —me pregunta con estupefacción. Me encojo ligeramente de hombros. Quiero muchas cosas. Quiero conseguir algo decente en el intercambio tocando ineffable. Quiero seguir estudiando muchos años con Arthur. Quiero matricularme en Julliard el año que viene. Quiero que su mirada cambie al verme. Entender cuando surgieron todos esos sentimientos. Entenderlos. Volver a probar sus labios. Comprenderlo. Quiero arriesgarme y que funcione. Al fin y al cabo ¿no es lo que quiere todo el mundo? —. En ese caso bajamos aquí —una sonrisa algo traviesa surca su cara antes de que con un rápido movimiento me coja de la mano para darme impulso y travesar las puertas del vagón milésimas antes de que se cierren.

Con las manos aún unidas me guía a través de intrincados pasillos. Una sonrisa se ha instalado en su rostro y no puedo evitar dibujar también una en el mío. Esa brillante sonrisa, nuestras manos unidas, su carácter por fin saliendo a la luz tras dejar atrás el inexplicable recelo... Es imposible no sonreír.

Finalmente subimos unas escaleras que nos llevan a la calle revelando la radiante ciudad que nunca duerme. Nos apartamos ligeramente para no molestar.

—Soy Jake Ayers. El de verdad. Me encanta el violín y el piano, aunque me dedico al primero. Odio las cerezas —explica mientras se enoje de hombros— y la asignatura de biología. Soy incapaz de imaginar la mitad de los que nos explican. Odio los deportes en general, pero amo la danza. Aunque no la practique. Ni siquiera puedo tocarme los pies. Me crié en esta ciudad. Tego una hermana mayor. Me encantan los perros.

Me observa atentamente a la espera de mi reacción. Pero las palabras no salen. Soy incapaz de describirme. No puedo. No salen. Hablar de mí misma es imposible.

—Te llamas Jaylin Davis —dice de repente—. Te encanta el violín y se te da muy bien. Eres la nueva alumna de Arthur Rotenberg. Vives en la residencia de Julliard. Eres vegetariana. Te encantan los vestidos boho y sacar de quicio a Alice al no querer tener un armario del tamaño de Manhattan —no puedo evitar contener una risita—. Te gusta la asignatura de arte y se te dan bien las matemáticas. Tienes una sonrisa preciosa.

» Aunque dudo que dijeses eso de ti misma —añade poco después—. No te gusta hablar de ti misma por más cualidades que tengas. Por más que seas inteligente y comprensiva. Por más que perdonaste a Alice. Y a mí.

Una tímida sonrisa se adueña de mis labios.

—Pongámonos en marcha antes de que cierren todos los restaurantes de un kilómetro a la redonda.

—Nueva York nunca duerme.

—Verdad. 

 

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