Enero no fue un buen mes. Debía haber previsto que todo era demasiado perfecto, que todo iba demasiado bien, pero no lo hice. En cambio, me centré en mi maravillosa vida, sin esperar que todo se derrumbara de pronto.
Todo comenzó el 16 de enero. Yo estaba en el instituto, paseando por los pasillos junto a Taylor y Natalie, con la cual compartía un par de clases. No recuerdo de qué estábamos hablando exactamente, pero sí recuerdo haber mirado el móvil por inercia, y ver una llamada entrante de mi madre. Sin ser consciente, me paré en seco en medio del pasillo, frunciendo el ceño y pensando por qué iba a llamarme mi madre en medio de mi jornada de clases. Con cierto miedo, y bajo la confusa mirada de mis amigas, deslicé el dedo por la pantalla para coger la llamada.
—¿Mamá? Estoy en el instituto, ya lo sabes.
—Cariño, tienes que volver ahora mismo a Sharp Tusk. Ha...pasado algo.
Una mano helada pareció cerrarse en torno a mi columna vertebral: el pánico.
—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? ¿Y papá?
—Estamos bien. Es Chloe, ha tenido un accidente.
La mano de Natalie agarró mi brazo derecho, y fue entonces cuando noté que mis piernas me habían fallado ligeramente.
—¡¿Accidente?! Pero, el bebé...
—No creo que vaya a salir de esta, cielo. Deberías estar aquí.
—Voy ahora mismo.
Cuando colgué, supe que era evidente que estaba lívida, y eché a andar sin siquiera pensarlo antes. Chloe había decidido no abortar y dar al niño en adopción cuando llegara el momento: estaba de casi ocho meses, todo estaba saliendo bien y no había tenido problemas con el embarazo. Por mucho daño que me hubiera hecho, no le deseaba ningún mal ni a ella ni a ese niño, por nada del mundo. Y la posibilidad de que ambos estuvieran en peligro en ese momento me helaba la sangre.
—¿Qué pasa, Kayla?—oí que me decía Taylor.
—Tengo que volver a Sharp Tusk. Mi amiga... Accidente. Voy a por Hunter—fue lo único que fui capaz de decir antes de salir corriendo hacia la pista de hielo.
Cuando salí del edificio para ir al estadio de hockey, estaba lloviendo, pero no me importó lo más mínimo mojarme en el camino. La temporada de hockey acababa de empezar, y Hunter estaba muy ilusionado con ello; solo el tener que sacarle del entrenamiento que tanto ansiaba me hacía sentir mal, pero sabía que solo él podía evitar que perdiera la compostura.
En cuanto abrí las puertas de la pista cubierta, el sonido de las cuchillas de los patines deslizándose por el hielo llenó mis oídos, además de los gritos de los jugadores. No me costó mucho encontrarle, pues ya estaba mirando hacia la puerta cuando entré: había sentido nuestro vínculo y sabía que algo iba mal.
—¿Qué ocurre?—me preguntó, levantándose del banquillo y acercándose a mí. Con los patines puestos, era mucho más alto de lo que ya era normalmente.
—Chloe ha tenido un accidente. Tengo que estar con ella—conseguí decir, con voz quebrada. El entrenador de Hunter le llamó a voz en grito, pero él hizo caso omiso y me cogió el rostro con ambas manos.
—¿Y el bebé?
—No sé si sobrevivirá—murmuré, cubriéndome la boca para no llorar. Mi compañero me dio un beso suave en la frente y me dijo:
—Dame un segundo.
Se dio la vuelta y se quitó los patines en el camino hacia el banquillo, donde cogió su bolsa. Guardó a toda prisa los patines y el casco y se quitó la camiseta con las hombreras. Tras decirle algo a uno de sus compañeros y al entrenador, se puso las deportivas y corrió hacia mí. Me dio la mano y salimos de la pista a toda prisa, hacia el aparcamiento del instituto. Antes de que pudiera darme cuenta, estábamos en la carretera, de camino hacia Sharp Tusk.

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Phoenix
WerewolfLa Semana de la Hoguera. Así llaman los licántropos al corto período de tiempo que tienen para encontrar pareja. Kayla "Phoenix" McAllister nunca pensó que encontraría a su pareja eterna en una pista de baile. Tampoco sabía que había un chico capaz...