Hasta entonces, no sabía qué era que te rompieran el corazón. Me faltaba el aire de una manera que creía que moriría asfixiada, me dolía físicamente el pecho y mi visión se había reducido considerablemente a causa del estrés. Quizás esa fue la razón por la que me sorprendí al encontrarme en el bosque. No sabía cómo había llegado ahí, pero mis ropas seguían intactas, así que no me había transformado. Había huido de Hunter, eso lo tenía casi seguro, pero no sabía qué hacer a continuación. Me había confesado ser el asesino de Matt, y el no saber por qué me atenazaba lo que me quedaba de corazón.
En mis alucinaciones, mientras lloraba agazapada en la hierba, me pareció ver a mi hermano a mi lado, sosteniéndome y dándome el apoyo fraternal que durante tanto tiempo me había faltado.
-Te echo de menos, Matt-balbuceé a través de las lágrimas. Como era lógico, no respondió.
El doctor Evans y yo habíamos acordado hacía unas semanas ya que no me hacían falta los ansiolíticos, así que mi ansiedad me pegó como una patada en el estómago aquel día. Creo que incluso me llegué a desmayar en aquel bosque. Era el mismo bosque en el que me había topado con el lobo negro que me había dado la misteriosa daga plateada. Aún seguía sin saber quién era aquel lobo, ni para qué me la había dado, pero durante unos segundos fantaseé con hundirla en el pecho de Hunter por lo que había hecho.
Luego me repugné a mí misma por haber pensado hacerle eso a mi compañero eterno.
-¡Si mi pareja es un asesino, prefiero vivir sola! ¡¿Me oyes, Diosa?! ¡¿Qué te he hecho yo para merecer esto?!-lloré.
Pensé en Chloe y en su bebé nonato. ¿Cómo podía yo pensar solo en mí cuando ella había perdido a su niño? Parecía como si nos hubieran echado una maldición a las dos, cada una a su propia manera. Pensé en lo mal que habíamos hecho muchas cosas, pero no di con la clave ni el pecado que debíamos haber cometido para ser merecedoras de tal desgracia.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que mis hipidos se detuvieron y pude retomar el control de mi propio cuerpo. Me sequé las lágrimas y me incorporé, sucia y destrozada moralmente. Al menos, mi llanto había servido para algo: había sacado en claro cuál sería el siguiente paso, qué sería lo mejor para mí y para la memoria de mi hermano.
Con manos temblorosas, alcancé el teléfono. Era tan poco consciente de lo que hacía que me resultó incluso raro escuchar la voz de mi madre al otro lado de la línea.
—Mamá, necesito que vengáis a Warrior Wolves. Algo malo ha pasado.
—¿Qué? Cariño, ¿qué ha pasado?
—Es Hunter, me ha mentido.
De no haber sido por el sollozo que se me escapó, mi madre no me hubiera hecho caso.
—Kayla, me estás asustando. Dime qué te ocurre.
—Tenéis que venir. Es importante. Matt.
Oír su nombre fue lo que le dio el empujoncito que necesitaba. Mi siguiente parada fue la casa de Damaris.
—Kayla, hola, ¿cómo estás? ¿Qué te trae por aquí?-me saludó Rose, que fue la encargada de abrir la puerta.
—Necesito hablar con Damaris.
Mi voz temblorosa y mis ojos seguramente rojos asustaron a la mujer del Alfa. Me hizo pasar enseguida, y llamó a voz en gritos a su marido, que apareció lo más pronto posible. Su parecido con Hunter me dolió en el alma por primera vez e incluso me hizo estremecer. No quería pensar en lo que acababa de descubrir. No quería asimilar que mi novio había matado a mi hermano y me lo había ocultado. No solo eso, sino que me había tratado como si no me conociera ni supiera nada del tema, me había seducido y había conseguido colarse en mi cama, porque yo se lo había dejado.

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Phoenix
WerewolfLa Semana de la Hoguera. Así llaman los licántropos al corto período de tiempo que tienen para encontrar pareja. Kayla "Phoenix" McAllister nunca pensó que encontraría a su pareja eterna en una pista de baile. Tampoco sabía que había un chico capaz...