De no haber sido por la pastilla para poder dormir, me habría pasado toda la noche pensando en las palabras de Hunter y soñando con Matt. Además, todavía no me había recuperado del mal trago que me supuso el encontronazo con Michael. El haber tenido que recurrir a Kyle para que me "rescatara" también me perseguía.
Para cuando me desperté por la mañana, mis padres estaban en casa. Evidentemente, no les comenté nada acerca de mi excursión a la casa de Hunter. Ni yo misma estaba segura de que hubiera sido una buena decisión, así que no había manera alguna de que se lo fuera a contar a ellos.
Me resultaba ridículo que hubieran sido obligados a cazar junto a Dean cuando ni siquiera formaban parte de su manada. Por tanto, la caza que hubieran conseguido, la compartiríamos únicamente con Damaris y Rose. El Alfa tendría que acceder a eso.
Sentía la cabeza pesada cuando decidí levantarme para ir a desayunar. No tenía apetito, como ya había tomado por costumbre aquellos días, pero tenía que obligarme a comer para no desfallecer. Además, era una falta de respeto no comer en el gran banquete, y sabía que con el estómago vacío me sentaría mal la comida, así que no tenía otra opción. El hecho de que me hubiera perdido varias horas de sueño por visitar a mi compañero tampoco ayudaba.
Mi madre se había ido a dormir directamente, mientras que mi padre se había quedado medio grogui en el sillón, aunque con el pijama puesto. Aprovechando que sus ojos todavía seguían algo abiertos, le pregunté:
—¿A qué hora volvisteis?—como si realmente no lo supiera. Yo había vuelto a las tres, así que sabía que había sido más tarde.
—Relativamente pronto, el sol estaba a punto de salir, sobre las cinco de la mañana—me respondió. Estaba somnoliento, y tenía la voz ronca.
Miré el reloj. Eran cerca de las diez. Había conseguido descansar siete horas, que era bastante considerando las circunstancias.
—¿Por qué no te has acostado?
Mi padre se encogió de hombros con cansancio. Tenía las gafas en la mano todavía; apenas había tenido tiempo de quitárselas antes de quedarse dormido.
—No tenía fuerzas para moverme.
No pude evitar sentir alivio al analizar todo su cuerpo y darme cuenta de que no se había roto nada. Dada su tranquilidad, adiviné que nada le había pasado a mi madre tampoco. Llegaría un día en el que ya no se podrían transformar, ya que supondría un riesgo sobre su salud. Me alegraba de que ese día todavía no hubiera llegado, y esperaba que todavía tardara mucho más.
—Pues anda, ve ahora y duerme un rato. Lo vas a necesitar.
Él gruñó levemente, pero se levantó con esfuerzo, me dio un beso en la frente e hizo lo que le dije.
—Una cosa, ¿dónde está vuestra caza?—le pregunté, antes de que saliera de mi vista.
—La tiene Damaris—fue lo único que contestó, desapareciendo en la oscuridad de su cuarto, separado del mío por una puerta corredera de madera.
Yo me había vestido nada más levantarme para bajar al comedor y coger algo de comida, ya que no llevaban desayunos a las habitaciones, pero en cuanto iba a salir por la puerta, vi que en la mesa de escritorio que teníamos había una bolsa con bollos de chocolate y un termo de café. Lo debían haber traído mis padres, aunque no sabía de dónde. Miré en el minibar y me encontré también con una botella de zumo de naranja.
Agradecida por no tener que mostrar mi cara en público por el momento, cogí el zumo y un bollo y me senté tranquilamente en el escritorio, disfrutando de un silencioso desayuno.
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Phoenix
WerewolfLa Semana de la Hoguera. Así llaman los licántropos al corto período de tiempo que tienen para encontrar pareja. Kayla "Phoenix" McAllister nunca pensó que encontraría a su pareja eterna en una pista de baile. Tampoco sabía que había un chico capaz...