34. La Hoguera

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Importante leer la nota al pie del capítulo :)

Cuatro meses después...

—Hunter, vamos a llegar TARDE.

—Kayla, por la Diosa, relájate.

—¿Cómo quieres que me relaje? ¡No podemos dar mal ejemplo!

Hunter corría con las mochilas hacia el coche, mientras yo cerraba puertas y ventanas dentro de la casa. Era el primer día de la Semana de la Hoguera, y aquel año Sharp Tusk, Warrior Wolves y Night Shade se reunirían en esta última para la festividad.

Y, como no podía ser de otra manera, llegábamos tarde. Debo admitir que parte de la culpa fue mía porque me llevó más tiempo del que pensaba rizarme el pelo, pero también fue en parte de Hunter porque decidió ducharse en el último momento habiendo tenido toda la tarde para hacerlo.

Corrí hacia el coche intentando no doblarme un tobillo con las sandalias de cuña.

—¿Tenías que ponerte tacones también?—bufó Hunter, mirándome desde el asiento del conductor. Estaba marcando un ritmo acelerado en el volante con las manos.

—Sí, Hunter, tengo que estar guapa esta noche—le rebatí al otro lado de la puerta, antes de montarme.

—Pero si tú estás guapa siempre, bombón.

Desvié la mirada hacia su sonrisa y esbocé una igual.

—Oh, qué galán. Ahora arranca el puto coche QUE LLEGAMOS TARDE.

Hunter soltó un gruñido y metió la llave en el contacto. Miré el reloj y vi que quedaba una hora para el comienzo de la ceremonia. Se tardaban tres cuartos de hora en llegar a Night Shade, así que, considerando que encontrábamos aparcamiento a la primera y no nos perdíamos, llegaríamos quince minutos antes. Mientras Hunter conducía hacia la salida de Warrior Wolves, yo puse el GPS con la dirección que nos había proporcionado Karstan.

Una vez estuvimos en la carretera, me permití relajarme un poco. Ya solo dependíamos del tráfico. Solo llevaba un par de minutos en silencio cuando noté que no recordaba algo.

—Hunter, ¿he cerrado la puerta principal?

—Sí, Kayla.

—¿Seguro? Es que no lo recuerdo.

—Te he visto, Kayla—insistió él, haciéndome ver con su tono de voz que estaba siendo pesada.

Decidí calmarme y confiar en él para no entrar en pánico. Encendió la radio y puso su cadena favorita de música rock. Yo le miré de reojo, y él, sin apartar la mirada de la carretera, sintió la mía y dijo:

—Ni se te ocurra cambiar la emisora.

Reprimí una carcajada al imaginar su reacción si lo hacía. Pero claudiqué y alcé ambas manos en gesto de rendición. Justo en ese momento, la pantalla de mi móvil se encendió con una llamada entrante.

—¿Sí?

—Cariño, ¿os falta mucho?—me preguntó la voz de mi madre.

—Estamos de camino, mamá.

—¿Y cuánto os queda?

—No lo sé, mamá, es la primera vez que vamos a Night Shade. Dependemos del tráfico.

Miré la carretera frente a nosotros. Solo un par de coches conducían con nosotros, estábamos prácticamente solos y estaba claro que el tráfico no iba a ser un problema. El problema era que íbamos tarde de por sí, y como no fuéramos a 140km/h durante todo el camino, no llegaríamos con el tiempo de sobra que quería mi madre. Como siempre.

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