Light Yagami tiene un ferviente deseo. Regresar a su hogar en el Reino Oriental. Un terrible accidente, un sueño que se repite a menudo y un fulgor rojizo que evitó su muerte... El fuego siempre lo acompañó desde su nacimiento, conduciéndolo en busc...
Abrirse paso no fue fácil. Ni siquiera en el aire. Beyond hizo virar a Kaos y se agazapó para ocultar el rostro entre las plumas del animal. Las flechas y su horrible ruido siseante eran un aviso de que debía de extremar la precaución si no quería caer en batalla.
Le habían herido el brazo. Kaos se impulsó hacia abajo con la ferocidad de una bestia, arrasando con algunos hombres que intentaron hacer uso de sus arcos. Dos navíos habían sido destrozados por los Hipocampos, y los que los seguían en la cueva de Salitre, corrieron la misma suerte.
Aún no habían llegado a los pies de la playa, pero Beyond pudo distinguir desde su posición criaturas oscuras que se hacían con el control de las aguas. Incluso desde arriba, veía como la superficie del mar comenzaba a teñirse de sangre.
Kaos graznó agitando las alas, manteniéndose en posición y alertando a Beyond, quien dejó que el pájaro tomase el control. Su compañero era más inteligente que cualquier hombre cuando se trataba de una estrategia en batalla.
Los soldados de Light mantenían su posición, ocultos en los flancos de la playa. Ballestas y arcos preparados, aún no habían dado la señal. Beyond sujetó el mango de su hacha y se preparó para atacar desde un lateral al rey Mikami, quien protegido por criaturas y soldados, estaba cada vez más cerca de la orilla.
El norteño tenía miedo. Por primera vez desde que se concienció de que aquella sería la última batalla, temía el no poder alcanzar la victoria.
Lo que acompañaba al falso rey no era de este mundo.
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Lawliet fue incapaz de seguir nadando. Se detuvo en la profundidad de aquellas aguas que tan bien conocía, cubriéndose el rostro, sujetándose con fuerza al Hipocampo que lo guiaba a través del resto de las criaturas. El mar parecía haber sido contaminado por las mismas tinieblas; algo oscuro y cruel que estaba haciéndose con el control de su territorio. ¿Había sido mala idea no esperar una señal y actuar cegado por la furia? Tal vez si; pero Lawliet ya no podía pensar con claridad.
¿Habrían llegado a la orilla? ¿Light y el resto de hombres estarían peleando contra el ejército del rey? Allí abajo no había sonido alguno, no había luz.
Retomó la ruta a nado, dejándose guiar por el Hipocampo. Multitud de crías yacían muertas sobre las rocas, envueltas en las algas del mar. Algunos seguían enfrentándose a las criaturas marinas del falso rey; las mismas que parecían ser inmortales. Lawliet fue impulsado hacia atrás cuando la corriente del mar, poderosa en sí misma, lo hizo perder el control.
Entonces, se percató de que lo que batallaba contra los Hipocampos no era la mayor amenaza del reino. Lo era aquello que surgió de las profundidades, aquello que brillaba con unos ojos tan rojos que pareció ver su propia muerte reflejada en ellos.
La serpiente tenía la piel negra y escamosa, repugnante. Lawliet no podría adivinar cuantos metros medía, pero los suficientes como para acabar con los Hipocampos que aún seguían con vida. Siseaba entre las aguas, fundiéndose con la oscuridad que las teñía, deslizándose como si formase parte de Salitre. Y eso, Lawliet no iba a permitirlo.
