PROLOGO

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Rocadragón, 360 d.C.

El príncipe heredero Aegon Targaryen se paseaba de un lado a otro de la sala muy nervioso mientras los gritos de su esposa salían de la habitación contigua. Cada minuto se le hacía una eternidad. Estaba a punto de nacer quién sería su heredero una vez subiera al Trono de Hierro. Desconocía si era niño o niña, pero eso ya no importaba mucho. Las mujeres ya no estaban privadas de sus derechos a heredar el trono y, además, se había adoptado un sistema sucesorio parecido al que tenían en Dorne, donde se daba prioridad al primogénito sin importar que fuera hombre o mujer. Fue uno de los muchos cambios que su abuela, Daenerys de la Tormenta, hizo cuando se coronó reina de los Siete Reinos.

Pensar en su abuela le hizo recordar que ella nació en ese mismo lugar, en medio de una de una de las mayores tormentas que el mundo había conocido. Esa noche, el tiempo estaba muy revuelto. Llovía mucho, soplaba un fuerte viento y varios relámpagos iluminaban la habitación de vez en cuando. Una curiosa casualidad. Puede que no fuera esa gigantesca tormenta, que en esos momentos los Targaryen no estuvieran siendo masacrados en Poniente —de hecho, la dinastía estaba en uno de sus momentos más fuertes y prósperos —, y él estaba lejos de estar loco. Pero no podía evitar pensar en las similitudes con aquella noche. Incluso empezó a temer por la vida de su esposa.

Finalmente, los gritos cesaron y fueron sustituidos por el llanto de un bebé de cabello plateado. Aegon se paró en seco y se quedó mirando a la puerta. Esta se abrió, saliendo por ella una septa con un bebé en brazos, el cual puso en brazos del príncipe heredero.

— ¿Niño o niña?

— Es una niña, alteza —respondió la septa.

Aegon sonrió mientras miraba a su hija. De nuevo, otra coincidencia con aquella noche. Él y su esposa aún no habían decidido que nombre ponerle, pero ya sabía en ese momento, mientras otro relámpago iluminaba la estancia, que esa niña solo podía llevar un nombre.

— ¿Cómo está Catelyn? —preguntó algo preocupado, ya que temía que se produjera otra coincidencia.

— Está bien —respondió la septa —. El maestre la está atendiendo en estos momentos. Pero está estable y le espera en estos momentos.

El príncipe respiró aliviado.

— Bien. Envía un cuervo a Desembarco del Rey. Mi madre querrá saber que su nieta ya ha nacido.

La septa asintió y se dispuso a cumplir la orden. Antes de desaparecer por una de las puertas, se detuvo y se giró hacia él.

— ¿Ha decidido ya que nombre ponerle?

Aegon asintió sin dejar de mirar a la criatura que tenía en sus brazos, la cual había dejado de llorar desde hacía tiempo, demostrando que era una niña fuerte.

— Se llamará Daenerys, la segunda de su nombre.

La septa asintió y se marchó. Él, mientras, entró en la habitación donde le esperaba su esposa.

El Legado de la Reina Dragón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora