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Y pensar que esos labios
enloquecidos de fiebre,
febrífugos, febriles,
me enfebrecían, ¡y cómo!

Me enternecían tus ojos, sí,
pero tus labios —esas carnosas figuras
de labiadas sombras, de luces sembradas,
de horizontes navegantes— me amaban.
Me llamaban, me sonreían.

Ígneos ellos,
genio andante y amante
de la luna.
Par exacto de mis labios,
amigos míos, hermanos.
Enajenación, sí, pero hermosa,
digna de la luz eterna.

Tus labios, genio de luna.

Aquestas plumas de otoño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora