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No había un cesura en aquel comulgar
que he atisbado.
Ni un hilo siquiera salido de lugar,
ni un enfado, ni un seísmo,
ni maleza, ni callos, ni embriaguez ajena,
ni sarcasmos.

No era su belleza cotidiana,
ni se podía vislumbrar en su faz
una luz de comparable candor.

Solo una amistad querida,
tan anhelada que solía doler a muerte,
antes de que llegase, cuando no estaba.
Fue su cercanía con susurros que me amaban,
sugerencias que no eran comprensibles
porque provenían de la más pura simplicidad.
¿Cómo entender a la mismísima belleza?
¿Con que ojos puros admirarla?
¿Cómo no reprocharle a alguien, no a ella, su ausencia?
Amistad del alma necesaria, ¿dónde, dónde estabas?

Aquestas plumas de otoño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora