042

37 11 2
                                    

Pero aquellos labios yo amé,
mortales, encendidos en hiel, criminales.
Hoy, convaleciente aún, los recuerdo.
Sabían a mieles de de selvas impenetrables,
a sal, a humo, a semen, a menta,
sabían a al humor de uno que se enajena,
al respiro breve antes de que la ola azote,
sabía a invierno, y me convencí
de que me complacía, de que me agradaba.

Me mentí.

Líneas varias surcaban mis muñecas,
en todas direcciones,
el interior de mis muslos, mi entrepierna,
la palmas de mis manos estaban corroídas,
mis venas abiertas, sin sangre.

Y un altar cuidaba día y noche,
como esclava, lisiada andante,
el que creí era para mi redención.
Y no, ahora sé que no lo era.

Aquestas plumas de otoño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora