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Se inclinan en reverencia
mis antiguos desazones,
los designios de la cruz ajena,
las tantas voces huérfanas
de la mano aquel revés,
que daba y daba en mis carnes.

Reposo mis fiebres
y oigo: Quiero siempre escucharte.
Y es allí donde quiero permanecer.

Pacto no roto,
alianza que es honrada,
te abrazo, te recibo,
cuésteme lo que me cueste
y mucho ya he pagado
por lo indigno.
Cuánto más no la haré por ti.
Por ti llegaré a darlo todo,
y sí, sí, sí... hablo de ti.

Quiero siempre amarte,
respirar profundo,
sentirme presente,
sin espuelas.

Mira qué colores,
mira los rosales, las flores,
y ¡ah!, mira qué lumbres.

Un amanecer que paz irradia.

Aquestas plumas de otoño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora