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Mis barrotes eran solo palabras,
verdades ajenas que alguien pronunció
y yo, ingenua, creí.
Palabras feroces que roban inocencias.
También ojos, y falos, y desilusión.
La perdida de la intimidad confiada,
no había luz sin sombras. Paranoia.

Dolor sobre otro dolor.
¿Se desangraría una ausencia hasta morirse?,
pregunté a nadie.

Y nadie me contestó.
No.
Desde entonces anduve sangrando.
Sin morir nunca.
Así llegué a ser, de los abismos, el más hondo.

Aquestas plumas de otoño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora