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No exagera mi canto de espera,
de quebrantos
y una lágrima que va bajando
tan quieta que desespera al que mira.
Lo entiendo. Es exasperante mi relato,
la leyenda de un presente con ausencia,
el eco de un pronombre que promulga y niega.
No es cosa fácil adentrarse en estos ritos
de fiel testimonio y percibirlos
o abrazarlos, o siquiera esgrimirlos.
Estas letras, pese al desgarro,
y la crudeza, y la ignominia,
son tranquilas, sin soberbias.
Sin la megalomanía del que vive
muriendo.
Solo un poco de fiebre que va mermando,
así que podría decirse que sí,
que estas son, fueron, las últimas palabra de un muerto.
Aunque sigo aquí, aclaro,
no me escondo, no ya,
he pasado a otro estadio.
Hay comprensión y centro aquí,
hay de dónde sostenerse,
hay luz, y agua,
hay aire.
Y eso basta.

Para uno que murió de hambre, aislado,
con ansias, enajenado,
intoxicado y ahogado de mil formas,
esta nueva estación es bastante.

Aquestas plumas de otoño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora