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Quemé mis naves allí donde el sol dolía
para volver a mirarlo.

Creí que el alma, mi amiga, se iba,
no sabía qué hacer.
Rogué mil cantos, mil rezos,
tragué y grité mis gemidos
y al final del túnel,
un puente, una curva,
una caída en picada.

Una subida.

Una estrella.

Una amor.

Una merced.

Y desperté.

He ahí un espejo,
por primera vez me vi a los ojos.
Mirome alguien, un ángel. Una voz.

Lumbre.

Al fin me hallaste.

Aquestas plumas de otoño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora