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Mi cárcel se llamaba Hambre
y mi condena Desnudez.

Y yo temblaba.

La eternidad fue un gran tormento
para el ser que fui yo. Ajeno de mí.

Abracé mi dolor de tal manera
que no pude ver que no era mío.

Angustiome la diadema de espinos,
el vestido de cardos,
el calzado de hiedras y mordidas.
Qué vida era esa sin salida. ¿La mía?

Nunca más de ti, gemía Ángel en su celda.
Y mis silencios nunca sumisos se alebrestaron.

¿Quién era él para decir algo así?
¿Quién eres, vil?, reclamé antes de descender
y doblar la cerviz ante la guillotina del no ser.

Aquestas plumas de otoño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora