1. Callejón Diagon y el gato.

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Desde que me había llegado la carta de Hogwarts me encontraba realmente feliz. Hoy iría al Callejón Diagon a por el material escolar y aunque no era la primera vez que iba, estaba muy nerviosa.

Me levante de la cama y me vestí. Mi madre era una mujer muy elegante y siempre llevaba las mejores prendas, en cambio, yo llevaba lo más cómodo que podía. Prefiero la comodidad a la elegancia. Cogí un pantalón negro y una camiseta verde, ya que hoy mi ojo verde brillaba con más intensidad que el azul y tenía que remarcarlo de alguna forma.

Después fui a mi baño privado y me peiné. Mi pelo era muy normal: liso, largo y rubio. Me lo dejé suelto. Bajé a desayunar, donde los elfos ya estaban poniendo la mesa mientras mi padre estaba leyendo el periódico El Profeta esperando su café. Mi madre estaba con la carta de Hogwarts, para ver que teníamos que comprar. Le encanta tener todo planificado.

-Buenos días, cariño.- dijo mi madre muy dulcemente, como siempre.

Yo les sonreí para dar los buenos días y me senté en mi silla. Los elfos trajeron el desayuno inmediatamente.

Me encantaría darles un beso a cada uno de mis padres, pero era muy arriesgado por mi don. Después nos preparamos para viajar por la Red Flu mediante nuestra chimenea.

Cuando llegamos, padre se despidió de nosotras. No le gustaba ir de compras, por lo que se fue a El Caldero Chorreante que era una taberna. Nuestra primera parada fue Gringotts, el banco de los magos. Teníamos que sacar dinero para nuestras compras. Mis padres, desde que nací, tienen una cámara solo para mí, la 113, de la cual sacó una buena cantidad de galeones.

Lo primero que iríamos a comprar sería el uniforme. Madre conocía muy bien a Madame Malkin, la dueña de la tienda. La mujer me empezó a tomar las medidas mientras hablaba con mi madre. Me pareció muy aburrido estar ahí, por lo que me alegre cuando terminé y fuimos a por algunos materiales como plumas y demás.

Después fuimos a la librería Flourish y Blotts para comprar los libros de primer año. Me encanta leer, por lo que me parecía imposible salir de allí sin comprarlo todo. Mi madre me arrastró hacia fuera, pues no podía gastar todo mi dinero en libros. Ya nos faltaba poco: la varita.

Fuimos a Ollivander a por la varita. En cuanto lo vi, note que el señor Ollivander era muy extraño. Parecía saberse todas las varitas. Según lo que dijo, la varita elige al mago, por eso tuve que probar unas cuantas varitas hasta dar con la apropiada. Mi varita era de ébano y pelo de unicornio, treinta y dos centímetros, elástica y, a mi parecer, preciosa. En cuanto la cogí, sentí un cosquilleo y una fuerza que me hizo saber que era la apropiada. Me sentía poderosa con ella.

Cuando salimos de la tienda una gran sorpresa me aguardaba. Ahí estaba mi padre, con la cosa más bonita que he visto en mi vida en los brazos. Un gato blanco estaba acurrucado.

-Ya tenemos una lechuza y los sapos dan un poco de asco, por lo que pensé en un gato.- dijo mi padre.- Y bueno... Este me recordó a ti.

En cuanto lo cogí, el pequeño abrió los ojos. Unos ojos iguales a los míos, uno de cada color. Uno verde y otro azul, como yo. Lo abrace de inmediato.

-Es perfecto, padre... ¿Cómo se llama?

-No tiene nombre aún...- dijo mi padre, mirando hacia los lados.

Lo alcé para verlo mejor y ya sabía cómo llamaría a mi futuro mejor amigo.

-Sky... Se llamara Sky.

Ya habíamos terminado las compras, así que volvimos a casa.

Me encantaba pasar el tiempo con Sky. Quizás os parece una tontería, pero me encantaba tocarlo. Era al único que podía tocar y no sentir nada salvo el ronroneo que emitía. Ya no me sentía tan sola. Con él en casa, se me paso el tiempo volando y sin darme cuenta el 1 de Septiembre ya había llegado.

La Slytherin de dos carasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora