Capítulo 38.

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En mi mente, reproduzco un montaje de nosotros

Toda la magia que desprendíamos

Todo el amor que teníamos y perdimos

Y en mi mente, las visiones nunca paran — Lorde.


Como siempre no pensé en lo que estaba haciendo hasta que no me quedó más remedio que aceptar que era lo correcto.

Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, estaba más lejos de lo que nunca había llegado en la ciudad.

No llevaba dinero conmigo así que lo primero que hice fue ir a un cajero automático, saque todo lo que pude y luego compré el boleto de autobús. Sabía bien a donde debía ir, aún sin saberlo.

Sabía muy bien que estaba perdida aun cuando no sabía que lo estaba.

Había tomado la mochila de siempre, aquella con la que a menudo iba al trabajo, aquella que me había acompañado en todas mis aventuras después de que Celine y yo la encontramos en una venta de garaje tres años antes.

Una vieja mochila de cuero, un poco desgastada en color y en bordes, pero aún estaba en buenas condiciones gracias a que yo me había tomado el cuidado de comprar una solución especial para limpiarla sin falta por lo menos cada dos semanas.

Que es lo que hacía antes.

Extrañaba esa rutina, sin demasiadas responsabilidades, sin dinero, sin poder.

Solo yo y mi ropa sucia los fines de semana, ir a comer, cenar y a veces a dormir a casa de mi madre para ahorrar en comida, luz, agua y otros servicios.

Ver una película en la comodidad de mi casa, en mi viejo y feo sillón.

Hacer palomitas naturales en una fea sartén que al final las terminaba quemando en su mayoría antes de que yo pudiera rescatarlas, por lo que terminaba cediendo ante las de bolsa que ponía de la manera más molesta en el microondas.

Extrañaba el sentirme yo misma y lo peor de todo es que no se si algún día sabré como hubiera terminado en esa vida tan sencilla que llevaba.

Si hubiera resultado, si lo hubiera logrado, si la gente me hubiera querido más a mi alrededor, si hubiera conocido a otro amor...

Las últimas dos palabras se me atragantaron en la garganta y me dieron vueltas en la cabeza causando que sin quererlo algunas lágrimas se escurrieran por mis mejillas.

Quizás era demasiado extremo lo que estaba haciendo, pero no sabía que otra cosa hacer para sentirme mejor.

Mi teléfono vibro en mi bolsillo, la pantalla mostraba una fotografía de Nicholas dormido, se la había sacado el día que dormimos juntos por primera vez.

No la primera vez que él se quedó en mi casa a dormir, sino la primera vez que hicimos el amor, esa vez que logré por fin dejarme llevar por mi corazón. 

Al ver la fotografía, mi corazón se me arrugo, se que eso no es posible, pero es la única manera que tengo para poder expresar como me siento, en estos momentos. No contesté a la primera, tenía que pensar que le diría.

No podía ser lo mismo que a los demás, porque lo que menos quería era una interrupción cuando lo que quería era encontrarme a mí misma, si es que podía.

Pero tenía que decirle que estaba bien, que estábamos bien, al menos eso si podía decirle.

—¿Hola?

—Hola Nicholas.

—Gabriella ¿quieres decirme dónde demonios estás?

—Todos aquí están muy preocupados por ti...

—¿Todos quiénes?

—Todos en tu casa, yo, Hugo, Amanda...

—Realmente lo dudo Nicholas, soy una mujer mayor ya, no tengo porque darle explicaciones a nadie de lo que haga o dejé de hacer, y por mi familia no te preocupes, ya avisé a mi madre, ella estuvo de acuerdo.

—¿De acuerdo en qué?

—En que necesito un tiempo fuera de aquí...

—Espera... ¿qué?

—Me has oído, quiero un tiempo lejos de aquí, de esta ciudad, de sus problemas y responsabilidades y...

—Y de nosotros —no tuve que decirlo, él lo dijo por mí. Aun así, eso no significaba que me gustara la decisión que había tomado.

Quería tenerlo conmigo, pero sabía que él no dejaría todo por mí.

¿O sí?

Esa es quizá la pregunta más aterradora que uno tiene que responder cuando se habla de amor.

—Solo necesito tiempo, necesito ordenar mi cabeza, no he dejado de quererte desde la primera vez que te vi en la fila del sacapuntas —le dije. Estaba tratando de hacerlo sentir mejor a él, o a mí, no lo sabía con certeza, lo que sí sabía es que, si seguía hablando con el ahora, no podría irme.

A mi alrededor, voces de las personas que abordaban los camiones haca diferentes destinos, no me dejaban escuchar nada, tuve que cubrirme los oídos para escuchar mejor lo que Nicholas me decía.

—Yo te amo —le dije por fin, esperaba que esas palabras fueran una garantía para los dos.

—No puedo hacer nada para que te quedes, ¿cierto?

—No, tengo que hacerlo, tengo que hacer esto por mí.

Detrás de la bocina del teléfono se escuchaba mucho ruido, alguien azotando puertas de un carro, tráfico por doquier, personas hablando y después silencio.

Al final solo escuché lo que yo también estaba escuchando.

Me di la vuelta y ahí estaba él.

—Que curioso que necesites vacaciones de mi tan pronto, Martínez.

—¿Qué haces aquí? —dije yéndome hacia él. Me fundí con sus brazos, con sus labios, con su aroma, eramos todo y en uno mismo.

—Estaba pensando en que no me he ido de vacaciones en mucho tiempo.

—Estás loco.

—Por ti.

—Pero tienes trabajo aquí y responsabilidades, no puedes irte así nada más.

—Por ti, iría a cualquier parte, solo para que esta vez, te quedes a mi lado.

Estaba loco.

Y yo también.

Por él.

No hace falta decir que después de eso, nunca más me volví a sentir sola.

Nunca.

Jamás.

Porque esta vez, él si iba a quedarse.


Está vez, vas a quedarte. Bilogía: Segundas OportunidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora