Capítulo 33.

71 9 0
                                    


Vas a quedarte

Porque te juro que esta vez voy a cuidarte

A nuestra historia le hace falta una segunda parte — Aitana.


—Hola. —Dijo él.

—Hola. —Dije yo.

—Perdona que haya venido hasta aquí, pero estaba preocupado, no contestabas llamadas ni mensajes.

—No tengo porque darle explicaciones a nadie de lo que hago, soy una mujer adulta de veinticinco años y sé cuidarme sola.

—Lo sé, pero...

—Lo sé —dije bajando un poco la guardia— creo que será mejor que vayamos a hablar a otro lugar.

Volteé a mi derecha y todos y cada uno de los presentes estaban esperando por algo más en el show de hoy.

Pero no sería tan fácil.

Para nadie.

Le propuse ir hacia otra ala del lugar, era un pequeño parque dentro de las mismas instalaciones. Este lugar francamente se asemejaba mucho a una ciudad. Tenía de todo dentro, spa, alberca, campo de golf, una pequeña tienda/súper mercado, varios parques, entre otras cosas.

Sí hubiera un lugar donde pudieras irte a pasar cómodamente los últimos días de tu vida, este es el lugar.

Sin duda alguna, me senté en la banca más cómoda que en mi vida había visto.

Tenía hasta unas almohadillas, supongo que estaban diseñadas para gente de la tercera edad que tenía que preocuparse por su cadera o espalda.

Pero créanme, hasta para una persona joven como yo, esto era la gloria.

Le hice una seña y se sentó a mi lado.

Nos quedamos viendo a la nada, por largos minutos hasta que decidí romper el silencio aplastante entre los dos.

—No sé qué decir. —Sí, lo sé, mi plan hasta ahora estaba decayendo, pero era la verdad, no podía decirle algo tan importante para mí, así nada más.

Debía tomar una pausa, y ver primero su reacción antes de dar otro paso.

Sobre todo, uno tan importante.

No podía confesarle mis sentimientos, abrirle mi corazón y mi mente si saber, sin tener, aunque sea la más mínima sospecha de que el me correspondería de algún modo.

—Yo si —dijo él— recuerdas cuando llegué a tu colegio, ¿en preescolar?

—Claro.

—Estaba tan nervioso porque mi madre me había dado un discurso sobre las reglas de etiqueta, en mi primer día de Preescolar, ¿puedes creerlo? —no, no podía, bueno sí, un poco— pero lo que más se me quedo de lo que me dijo ese día, fue que debía de ser amable con todos, sin importar si eran o no de mi misma condición social, pero más con una niña, muy especial, una niña que era nieta de un señor que había sido muy bueno con ella y con todos los miembros de su familia por generaciones, y que ella no podía concebir ser mala ni siquiera en pensamiento con ella.

—¿Quién era la niña? —le pregunté sin saber que la respuesta a esa simple pregunta sería mi fin.

O mi inicio.

—¿No te lo imaginas? De verdad no te haces una idea, ¿de quién era ese hombre?

—No. —Dije. Pero estaba mintiendo. Yo sabía que mi padre siempre fue bueno con todos, sin importar si tenían dinero o no, sin importa su apellido o legado, sobre todo, con los padres de Nicholas.

Está vez, vas a quedarte. Bilogía: Segundas OportunidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora