Capítulo 37.

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Cuando se ponga difícil, no corras, solo bésame lentamente — Parachute.


Los primeros en recibirnos, fueron sus padres, en lo que quiero pensar era el recibidor. Y digo creo, porque no estoy segura de que un recibidor de casa deba verse tan gigantesco y majestuoso como esto.

La sala debía de contar las más grandes historias de amor o por lo menos como se hacía un verdadero negocio por todas las de la ley solo con entrar en ella. Era una habitación con pisos de mármol, finamente encerados y con techos de madera que debían de contar historias de como Nicholas era regañado por sus padres cuando era niño.

Esta casa debía de estar llena de vida e historias, pero en su lugar era un lugar triste y lúgubre.

Y eso se debía a una sola persona, el abuelo De La Vega.

—Vaya, vaya, así que tú eres la nieta de Armando... —dijo él hombre ofreciéndome su mano. La estreché sin ganas y sin sonreírle.

Ese hombre siempre de los siempre, me había dado un mal presentimiento. Como si fuera la peor persona del mundo detrás de esa sonrisa bufona con la que siempre parecía recibirte.

Y hoy no era excepción.

—Sí, Señor, Gabriella Martínez.

—Es un gusto conocerte niña —lo que él no sabía es que ya nos conocíamos.

Fue cuando yo tenía ocho años, mi padre fue a recogerme a la escuela y a Nicholas lo fue a recoger su abuelo.

Cuando el hombre supo quién era yo le dijo a Nicholas que no valía la pena si quiera mencionar mi nombre.

Que yo no valía nada y que nunca haría nada importante en mi vida.

De lo último no lo puedo culpar, porque todos sabemos que yo no he hecho nada con mi vida, mucho menos importante.

Pero nunca entendí porque le diría que yo no valía nada. Desde ese día, su abuelo como que no me agrada mucho.

—Igualmente, señor —dije aun manteniendo mi sonrisa sin ganas de decir nada más.

—¿Pasamos al comedor? —dijo la madre de Nicholas tratando quizás de quitarle tensión a la escena. Estábamos todos parados en el recibidor aun y cuando ella dijo esto, uno a uno, salió de ella para caminar por un largo pasillo hacia otra habitación con el más perfecto comedor blanco de madera. Vintage, por supuesto.

—¿Estás bien? —me susurró al oído en el camino Nicholas.

—Sí —alcancé a decirlo antes de que su madre nos separara para sentarnos uno frente al otro.

—Ustedes uno frente al otro —dijo la mujer una vez que me movió.

Esto no puede salir bien, no puede salir bien si me alejan de él. Me dije a mi misma.

Pero la realidad es que yo podía con esto y más. O al menos eso es lo que quería creer.

—¿Y cómo se conocieron? —dijo el abuelo de Nicholas frente a todos.

Quise contestar, pero Nicholas vio mi desesperación y salió a mi rescate.

—Nos conocemos desde el preescolar abuelo, pero nos volvimos a reencontrar por un negocio que tenemos en común —le agradecí con una sonrisa. Una mujer del servicio me pregunto que sí quería fruta.

En estos momentos no podía pensar ni en mi nombre, no sé cómo me las arreglé para responderle. Creo que solo moví un poco la cabeza para arriba y abajo y ella entendió eso como un sí.

Eso supongo yo, porque puso en mi plato unas cuantas piezas cuadradas de sandía, fresas, kiwi y mango.

Miré a Nicholas y lo encontré dándome otra sonrisa. Él sabía de alguna manera que esta era mi fruta favorita y de alguna manera se las había ingeniado para pedirle a su madre que las diera en el desayuno.

Solo por mí.

Solo para mí.

Le sonreí en respuesta, pensando una vez más como podría agradecerle el gesto.

—¿Qué clase de negocio?

—¿Recuerdas la universidad en la que estábamos interesados en invertir?

—Sí, era un gran proyecto, podíamos haber hecho crecer la escuela más de lo que nunca ha estado, pero tenía que meterse ese chiflado de Marx y comprarla primero —dijo él hombre despotricando en contra de mi caritativo benefactor, yo no lo iba a permitir, pero justo cuando Nicholas y yo íbamos a decir algo, su abuelo terminó de hablar—. Y todavía peor le va ahora que tiene a su juguetito en la dirección, ¿has escuchado que la niña que lo dirige está a punto de llevar a la quiebra al lugar?

—Yo soy esa niña, Señor —dije levantándome abruptamente de la mesa— les ofrezco una disculpa Señores De La Vega, pero no me voy a quedar en la misma mesa que este señor —y después de eso me fui por la misma puerta por la que había entrado unos minutos atrás.


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Llegué a casa en el primer taxi que pude encontrar.

Estaba más que molesta, Hugo y los demás no se tardaron en verlo, por suerte.

Subí las escaleras de dos en dos solo para encontrar a mi reflejo en el espejo cuando llegué a mi cuarto.

Mire a todas partes, mire el vestidor lleno de mi vieja ropa y también de los nuevos atuendos que ahora llevaba al trabajo, las bolsas a juegos, la joyería y los zapatos que costaban más que la renta de mi casa anterior.

Mire la cama finamente hecha, cuando antes siempre tenía arrugas por todos lados, las múltiples almohadas que siempre estaban ordenadas, y que antes siempre odie antes tenerlas.

Recordé como siempre odié la pintura que yo misma había insistido en ponerle a mi nueva habitación.

Me sentía como una impostora viviendo esta vida, teniendo todos estos lujos, pero más que nada teniendo tantas responsabilidades que no quería y no entendía en lo más mínimo.

El comentario del abuelo de Nicholas no solo me había molestado, también me había dolido en lo más profundo de mi ser, en mi orgullo y dignidad.

Porque si antes sabía que lo estaba haciendo mal, pero al menos lo estaba intentando.

Ahora estaba más que confirmado que estaba cometiendo un error de lo más grave.

Extrañaba la simplicidad de la vida, de mi vida.

No sé por qué se atreve la gente a decir que el dinero no cambia a la gente. Que la felicidad si se puede comprar.

Cuando era obvio que no.

Al menos no para mí.

Está vez, vas a quedarte. Bilogía: Segundas OportunidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora