Capítulo 31.

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Cómo cuándo cierro mis ojos y ni siquiera me importa si alguien me ve danzando, 

Como si volará y ni siquiera pienso en tocar el suelo, 

Es la manera de la que me siento cuando estoy contigo, 

Completamente nuevo — Ben Rector.


Después de irme corriendo de la casa de Nicholas y de tener que explicarle a todo el mundo en la casa lo que había pasado la noche anterior y soportar sus preguntas incomodas.

Me di a la tarea de aclarar mis sentimientos.

En mi idioma, a esto le llamo ir al campo de tiro.

Tenía diez años la primera vez que mi padre me llevo al campo a aprender a tirar con una pistola semiautomática ligera al tacto y con un disparador sencillo para cualquier persona.

Sobre todo, para una niña de diez años, pero lejos de estar asustada, estaba emocionada por ser como mi papá. Desde que tengo uso de razón he querido ser policía como él.

Llevar el uniforme, cargar la pistola en su funda, proteger a todos del mal y por supuesto archivar el papeleo más rápido que nadie, mi papá era uno de los mejores en eso. Al principio sus compañeros se reían de él, después de un tiempo el comenzó a ganarse su respeto poco a poco.

Después de un par de meses, ya todos sabían cuál era su método y lo aplaudían por hacer el trabajo mejor que nadie.

Y yo quería ser como él.

Por eso siempre que estaba con una situación que no podía resolver venia aquí, era mi terapia, era mi escape, era mi conexión con él.

Silencie mi teléfono y arme la pistola.

Me puse los audífonos y en cuanto la serie salió.

Comencé a vaciar el cartucho sobre el objetivo.

Por lo general era mi corazón, a veces mi cabeza, a veces eran los dos.


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Más tarde ese día, me encontraba en mi parte favorita de la ciudad, la plaza del centro, que literalmente estaba en el centro de ella.

Sentada en la mejor banca.

Que también era la banca que nos gustaba a mi padre y a mí, por lo que pensé que sería un buen sillón de pensar para decidir mis siguientes movimientos.

También pensé en cómo me sentía, ya que era lo más importante.

Había llegado a la conclusión de que una decisión como esta no se podía tomar con la cabeza, que por primera vez en mi vida tendría que averiguar lo que quería con el corazón en la mano, aún si este terminaba en el piso aplastado por mi orgullo.

Como siempre.

Desearía tanto que mi padre estuviera aquí, él siempre sabía qué hacer, siempre tenía las palabras correctas para la situación que sea que se estuviera presentando.

Siempre.

Lo extraño tanto, unos días más que otros.

Así que tomé el teléfono y marque el número de la segunda persona en el mundo en la que más confiaba.

—Abuela, hola...

—¿Quién es? —mi abuela estaba ya un poco senil en estos momentos, no estaba enferma ni nada, solo se le olvidaban las cosas como a cualquiera adulto de la tercera edad, por lo que era normal que a veces no reconociera mi voz en la bocina.

—Soy Gabriella, tu nieta.

—Oh, hola, cariño, siento no reconocerte...

—Hola abuela, ¿cómo estás?

—Mejor que ayer, eso sí es seguro.

—¿Qué paso ayer que no estuvo bien el día?

—Se acabaron mis cereales favoritos. —Me eché a reír del otro lado de la bocina, porque era gracioso, y solo mi abuela podía decir esas cosas con la mayor seriedad del mundo y estar dándole también el significado de sarcasmo, solo ella.

—¿Quieres que te lleve más? —mi abuela viva en una residencia para gente de la tercera edad, desde hacía unos cinco años ya. No es que no la quisiéramos en casa, es solo que es una persona mayor que requiere de cada vez más cuidado y aunque a mi madre y a nosotras nos mató dejarla ahí, no podía con su madre y con ella.

Sobre todo, porque ella era la única además de Celine que me comprendía a la perfección. No por nada fue ella quien me había dado mi nombre y a quien más me parecía.

—No estaría mal.

—¿Necesitas algo más?

—Tengo una lista.

—Pásame la lista por mensaje de texto.

—¡No sé cómo usar esa cosa y lo sabes bien! —gritó ella medio molesta, medio riendo entre las palabras.

—Está bien, entonces dile a Ruth que me lo envié. —Ruth era su compañera de aventuras en el lugar. Así es como todos le decíamos, no sé exactamente porque, pero creo que era porque si le decíamos "asilo" que es lo que realmente era, se haría realidad.

Lo que ya era.

—Está bien, pero que quede claro que no es porque sea una inútil.

—No, abuela, jamás pensaría eso de ti.

—Bien, te veo en un rato entonces.

—Si abuela, te veo en un rato. —Dos segundos más tarde de colgar me llego un mensaje de Ruth, con la lista de la compra y un regaño de la misma para que no olvidara el café especial de ellas.

Camine un poco más y como siempre ahí estaba el súper mercado local, solo cruzando la acera. Solo unos pasos y ya.

Ojalá la vida fuera tan fácil como cruzar una calle, para ir a comprar café.


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Extrañaba la simplicidad de la vida, la verdad es que las últimas semanas han sido un remolino de emociones.

Por lo que me encontré a mí misma, mientras olía un durazno para saber si este ya estaba listo para comerlo, disfrutando quizás demasiado de hacer las compras.

No había hecho las compras desde que me mude a la casa del señor Santiago.

Y no sabía cuánto lo extrañaba hasta que lo hice, tomar uno a uno los duraznos, la mermelada favorita de la abuela (de chabacanos), el pan tostado que le gustaba desayunar (y a veces también cenar), el café, los cereales, un poco de papel higiénico (extra absorbente) y algunas golosinas que a Ruth y a ella les gustaba comer por la tarde, justo después de la comida y siempre antes de la cena.

Me encontré a mí misma amando cada paso, de poner las cosas en las bolsas de papel, pagar las compras y salir hacia lo normal de la vida.

Pero fue ahí cuando me debatí que hacer, podía solo llamar a Rodrigo y yo sé que él estaría en cuestión de minutos ayudándome a llevar todas las compras a casa de la abuela, solo bastaba marcar el numero en mi teléfono.

Pero eso rompería la magia del momento, lo sabía, me regresaría al presente, a la dura y fría realidad.

Y él porque estaba yendo a donde estaba yendo.

Sin darme cuenta estaba subiéndome al autobús normal, donde la gente normal iba a todas partes y yo quise ser normal, como nunca, quería ser como todos aquellos que luchaban cada día para ganarse el dinero de un día, que luchaban para salir adelante, a pesar de lo malo, lo negro y lo gris de la vida.

Ellos seguían viendo la vida a colores.

Está vez, vas a quedarte. Bilogía: Segundas OportunidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora