V e i n t i n u e v e

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Cada vez que veía a mi ex esposa, imaginaba que otra pequeña parte que nos unía se desprendía y por consiguiente éramos cada vez más distantes e indiferentes, como un par de desconocidos

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Cada vez que veía a mi ex esposa, imaginaba que otra pequeña parte que nos unía se desprendía y por consiguiente éramos cada vez más distantes e indiferentes, como un par de desconocidos.

La idea, en un principio, me pareció de lo más desoladora, pensar que alguna vez podríamos dejarnos en el pasado para siempre, me atormentó tanto que muchas veces regresé por ella. Muchas más veces de las humanamente correctas.
Pero ahora, esa primera reunión con un abogado, me hizo darme cuenta de que ya no existía espacio para la cobardía.

-Queremos acabar con el procedimiento de divorcio lo antes posible, debo volver a Nueva York la semana entrante- explicó Anna.

En realidad ese era un proceso legal complicado que dudaba que podríamos terminar en una semana.
El abogado nos explicó que primero era necesario enviar una petición a un juzgado para validar nuestro divorcio.
En esa petición, explicamos las razones de nuestra decisión, aclaramos que ambos estábamos en común acuerdo y que los bienes que alguna vez tuvimos ya los habíamos dividido, lo cual sería de gran ayuda para que el proceso no fuera tan largo.
Muchas parejas se estancan en la decisión de dividir los bienes y la mayoría de las veces es un conflicto tedioso.
Por suerte, aquel no era nuestro caso.
Ambos teníamos nuestras pertenencias y ninguno tenía la intención de pelear por nada.
Al final decidimos que Anna firmaría la petición y una vez aprobada por el juzgado, yo sería citado en unos días para aceptar el divorcio y entonces recibiríamos una fecha para una audiencia con un juez.

Nada de que preocuparse, tan solo debíamos esperar.

-¿Estás bien?- murmuré cuando salimos de la oficina del abogado y pasamos los treinta segundos más largos de nuestras vidas dentro de un ascensor.
-Si- respondió sin mirarme.
Sus ojos azules estaban fijos en los números que iban en descenso sobre la puerta metálica-¿Y tú?

Su voz se escuchó apenas perceptible por encima del sonido del timbre que nos avisó que habíamos llegado a la primera planta.

-Estoy bien- respondí mientras saliamos de ese lugar hasta las calles blancas, iluminadas por las luces violetas del atardecer. Había dejado de nevar, el viento ya no soplaba tan fuerte y ahora las personas salían de sus casas y andaban por las calles.

-Bueno, adiós- Anna posó una mano suavemente en mi pecho, como si aquello pudiera sustituir el abrazo que la incomodidad ya no nos permitía darnos.

-Cuidate- le dije, pero no estoy seguro de que ella lo hubiera escuchado.
En ningún momento volteó.
Se alejó hasta su auto y yo hice lo mismo.

Estaba bien, pero me sentía extraño.
Todo eso parecía más un sueño que la vida real. Me resultaba tan surreal pensar que finalmente lo nuestro había acabado. Después de tanto tiempo, después de resistirnos y prolongarlo tanto.

Miré por el retrovisor su auto al marcharse y yo me quedé un momento en mi asiento, sin moverme.
Me distraje observando a una mujer detrás del cristal de un aparador en una tienda de artesanías.
Acomodaba una vieja lámpara sobre una mesa de madera.
Era una lámpara bonita y tuve la repentina necesidad de averiguar su precio. Tal vez porque necesitaba distraerme en cualquier cosa que me hiciera olvidarme de las incomodidades de mi divorcio.

Querida mía | Harry Styles |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora