C i n c u e n t a y u n o

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HARRY

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HARRY

A veces, mientras dormía, era consciente de que estaba soñando y me imaginaba recostado de espaldas en la plaza central de Riveria. Últimamente, me daba cuenta que esos sueños eran distintos a los de antes. Ya no escuchaba disparos, ni gritos, ni lamentos, solo un silencio absoluto. No había rastro de miedo ni incertidumbre. El olor a sangre se me había olvidado. Ahora podía sentir el aroma del asfalto húmedo después de una llovizna y el cielo estaba cubierto de grandes nubarrones que poco a poco comenzaban a abrirse.
Esperaba sentir la calidez de los rayos solares tocar mi rostro, pero siempre despertaba antes de que eso sucediera y en vez de abrir los ojos sobresaltado, como había sido mi costumbre durante tantos años desde la masacre, los abría apenas y veía el techo de mi habitación.
A mi lado, en ocasiones, encontraba a Ali durmiendo. Otras veces, como aquella mañana, estiraba el brazo a un lado y deslizaba la mano sobre el colchón vacío, entre las sábanas y notaba su ausencia.
Me quejé pensando que ella podría escucharme y acudir de inmediato a mis brazos, pero en vez de eso escuché su voz a lo lejos, amortiguada por las paredes que nos distanciaban.

—¡Príncipe!— llamó a su perro y después el sonido de la puerta principal de la casa repicó al cerrarse con fuerza.
—¡Vas a tumbar la casa, Alika!— reclamé en voz alta, pero dudaba que me hubiera escuchado. No le escuché responder. El silencio se hizo absoluto— un día va a tumbar la casa— pensé y me levanté con pereza.
Ella tenía la mala costumbre de azotarlo todo. No por ser una persona agresiva, sino descuidada. A veces cerraba los armarios y cajones de esa misma manera sin darse cuenta y yo bromeaba diciendo: «¿Segura que si cerró? tal vez tengas que hacerlo más fuerte».
Ella solo reía.
—Eres un viejo— me decía para restarle importancia a mis reclamos.

Me levanté de la cama y me coloqué los boxers, unos pantalones, una playera y un abrigo ligero.
La temporada de frío llegaba a su fin. Durante el último mes la nieve se había esfumado, el viento soplaba con más calidez, la naturaleza comenzaba a brotar y a emitir sonidos distintos.
Ya no se trataba tan solo del aullido constante del viento. Las aves cantaban por la mañana junto a los retoños de los árboles y pronto el bosque urbano que comenzaba al final de la calle se llenaría de colores.
Así que Ali se había hecho la costumbre de salir por las mañanas de fin de semana para dar una caminata con Príncipe antes de irse a la florería.
A veces me despertaba, otras veces me dejaba durmiendo, aunque yo siempre le dijera que prefería acompañarla.

Cuando bajé por las escaleras sentí el aroma a café que salía de la cocina. Supe que ella también había desayunado sin mí y salí a la calle dispuesto a hacer un alboroto por eso, pero se me olvidó el mal ánimo un minuto después, cuando el viento me empujó por la espalda hacia el bosque urbano, invitandome a perderme en las delicias de su aroma.
El olor a tierra mojada predominaba sobre todo lo demás, pero alcanzaba a sentir el aroma de los frutos tan particulares que daba el Oruño.
Un árbol típico de esa ciudad que podía alcanzar en ocasiones hasta los 30 o cuarenta metros y sus raíces tubulares salían como garras de la tierra, convirtiéndose en lugares donde incluso podrías sentarte en primavera o en verano.
Los frutos de ese árbol comenzarían a florecer en marzo, pero por ahora, la humedad y las lloviznas comenzaban a provocar sus fragancias. Era una combinación de aroma dulce y cítrico... fresco. Un olor que asociaba con los años de mi infancia, porque mi madre tenía un árbol como ese en el jardín y en primavera, cuando los frutos brotaban, la copa del árbol se llenaba de flores púrpura.

Querida mía | Harry Styles |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora