CAPITULO 1 *

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CAPITULO 1

VANESSA

Estaba sentada en mi cama escuchando música a través de mis audífonos sin nada que hacer y completamente aburrida. En otras circunstancias estaría feliz por estar de vacaciones, sobre todo en verano. Pero ¿De qué me servía si no tenía una familia con quien disfrutarlas?

Justamente en vacaciones de verano, pero un año atrás, nos habíamos mudado a esta ciudad por cuestiones del trabajo de mis padres. Por supuesto yo me había negado, no quería dejar mi vida. Ellos no tomaron en cuenta mi opinión, dijeron que era lo mejor para mí y nos mudamos a una casa más grande que la antigua, más bonita y con más comodidades. Todo iba bien, pero el trabajo les exigía más tiempo del que disponían y entre reuniones y viajes de negocios, se fueron olvidando que tenían una hija.

Era viernes, casi las seis de la tarde y se suponía que iría al cine con Ana. Ella era mi mejor amiga, la única que estaba conmigo siempre que la necesitaba.

Después de un largo baño caliente y media hora de revisar mi closet, decidí ponerme unos jeans, una blusa cómoda y mis converse blancos. Miré la hora en mi teléfono, tenía que recoger a Ana en aproximadamente quince minutos. Terminé de arreglarme y eche un último vistazo al espejo, sonreí con aprobación por el resultado y tomé mi bolso para salir.

Abrí la puerta de mi coche y entré en él. No tenía ni siquiera un año conmigo y lo amaba, era mi primer auto obviamente. Algunas semanas después de que nos mudamos, yo seguía comportándome distante con mis padres, y un día al llegar de la escuela, mi auto estaba estacionado frente a mi casa, con un gran moño rojo. El regalo disminuyó mi molestia pero aun así no estaba de acuerdo.

Puse en marcha el auto y conduje por mi calle hasta la casa de Ana, que vivía a solo cuatro casas de la mía. Cuando me estacione frente a su casa, ella ya estaba saliendo, impaciente como siempre.

–¡Dios mío Vanessa! estaba a punto de ir a buscarte a tu casa, te dije que vinieras a las siete y son casi las ocho. –Me regañó como siempre.

–¿Qué? En tu mensaje claramente decía que nos veríamos aquí a las ocho. –Respondí a la defensiva.

–No, en mi mensaje claramente decía que no llegaras a las ocho porque a esa hora llegaba mi hermano.

–No es verdad, te mostraré – Saque mi teléfono para mostrarle el mensaje pero al leerlo me di cuenta que ella tenía razón –¿Ves? Tú tienes razón... ¡Se nos hace tarde, hay que irnos!

–Nunca cambiarás, ya debería haberme acostumbrado –Respondió Ana con diversión en la voz.

Cuando llegamos al cine solo faltaban diez minutos antes de que la película que íbamos a ver comenzara, siempre nos pasaba eso, siempre llegábamos tarde a todos lados. Claro que siempre era culpa de Ana.

–Ana, ve y compra los boletos, yo compraré las palomitas. –Comenté organizándonos.

–Está bien, te buscaré cuando los tenga. –Respondió ella.

Luego de un par de minutos de hacer esperar al chico que atendía la dulcería, decidí por fin lo que iba a comprar, unas palomitas grandes de mantequilla, dos refrescos grandes y unos nachos con extra queso. Salí de la fila cargando con toda la comida y Ana no aparecía, como decía, siempre era su culpa que se nos hiciera tarde.

Cargando las palomitas y los refrescos caminé en dirección de donde se compraban los boletos y vi que Ana aun formaba, no era mi día definitivamente, no podía ir peor.

En un momento de distracción. Un par de brazos me rodearon la cintura y casi me da un infarto por el susto. Me giré para ver quién era y lo primero que vi fue una cabellera negra y una sonrisa bastante sexy. Estaba más que confundida, además de enojada.

Siempre estás túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora