Cierro la tableta sobrecogida por la última escena del capítulo, con la imagen de Natalia, vomitando su dolor, en aquel área de descanso, clavada en el alma.
Llevo horas sin levantarme del sofá, atrapada en la montaña rusa de emociones que me provoca esta historia, fumando sin parar, bebiendo –sorbo a sorbo, drama a drama– más de media botella de vino, pero no he vuelto a probar bocado. Tengo el estómago encogido.
Primero, por el nerviosismo de Alba, esperando por la noticia que puede cambiarle la vida. Luego, por Natalia, enfrentándose al final de su relación, sola y devastada, en un hotel de carretera. ¡Qué escena tan demoledora!
¿De verdad has llorado por ellas? La puta voz de mi puta psicoanalista interior retorciéndome el hígado, para variar.
–Déjame en paz, annafroid de pacotilla –exclamo en voz alta, intentando, sin éxito, neutralizar la idea que puja por abrirse paso en mi cabeza.
¿A quién quiero engañar? No, no he llorado solo por ellas, he llorado por mí y por los miedos absurdos que me separaron de Jimena. No fui una zorra hipócrita, como Inés, pero le causé el mismo daño a Jimena, que el que le hace Inés a Natalia. ¿A quién llamo zorra? Mi cobardía fue mucho mayor que la suya. ¡Ni siquiera tuve valor de compartir mis miedos con ella!
Me he angustiado con la incertidumbre de Alba, porque me he imaginado la que debió sentir Jimena, cuando me negaba a responder, día tras día, a sus llamadas; he visto, en la desolación de Natalia la de Jimena, al leer las cuatro líneas, contadas, con las que la eché de mi vida.
–¿Otra vez viajando en el tiempo? –doña Sensatez, obligándome a poner los pies en el suelo.
Otra vez, sí. No sé lo que me pasa. No soy capaz de entender que una historia de hace más de veinte años me haya descolocado de esta manera, hasta el punto de estar reviviéndola como si hubiera ocurrido el mes pasado. Y lo peor, es que no sé qué hacer para quitarme este peso de encima.
–Veamos. Para empezar haz el favor de bajarte de la máquina del tiempo –echaba de menos a doña Pragmatismos–. No te viene nada bien sumergirte, cada dos por tres, en esa parte de tu pasado, que, además, no tiene solución, a ver si te enteras. Para seguir, ventilas este fumadero de opio, vas al baño, que te va a reventar la vejiga y, para terminar, te preparas una cena decente.
Tengo la voz de mi madre grabada a fuego en mi mente, intercambiando papeles con doña Pragmatismos y doña Sensatez. Si ella supiera... No oigo a mi adolescente interior rebelarse, así que obedezco.
Me levanto del sofá, directa al baño, después de abrir las ventanas de par en par. Estoy entumecida. Y hambrienta. La imagen de los macarrones con tomate, cubiertos por una capa de parmesano fundido me hacen salivar. Meto la salsa de tomate en el microondas, para que se descongele, pongo a conocer unos macarrones y precaliento el horno a ciento ochenta grados. Yo también sé prepararlos, y con mi propia receta, Inés de los cojones.
Para evitarme otro ratito de autocompasión gratuita, amenizó la espera con un vídeo de mi, ya, querida Wartanera –había que ponerle un monumento, a esa chica–, Albalia 50 best moments. Estoy en un tris de derretirme, como un helado de chocolate bajo el sol de la Toscana, en el momento diecisiete, cuando Miki lleva a Natalia a los brazos de Alba, en clase de los Javis, para que la abrace y Natalia se derrumba y se aferra a Alba, y Alba a ella, como si quisieran fundirse la una con la otra. ¡Por favor, qué ternura!
Y así, uno tras otro. Los cincuenta best moments, cincuenta y tres, en realidad, están a punto de provocarme un coma diabético. Mejor, estoy de dramas, llantos y crujires de dientes hasta las cejas.
Me despisto un momento, para escurrir los macarrones y salta el siguiente vídeo, Albalia best moments, parte uno. El mensaje que me encuentro, al volver a fijar la vista en la pantalla, me da una hostia como una catedral.Un hilo rojo invisible conecta a aquellas que están destinadas a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper.
Yo, así, no puedo. De verdad, no puedo. ¿Qué coño pasa? ¿Qué es, que el Universo se ha propuesto conspirar contra mí? Primero, Creep. Ahora el puto hilo rojo. Isi pirti di ti pisidi ni tini silicín, ¿eh, doña Pragmatismos? Si no tiene solución, ¿a qué viene ponerme lo del hilo delante de las narices?
–Tú, es que te lo llevas todo al terreno que más te conviene.
–Vale, sí, me lo llevo. ¿Y qué? ¡Joder, que no hay casualidades, en esta vida!
–¡Huy, perdona! Se me había olvidado la infalibilidad de don Carl.
Casualidad, o no casualidad, el dichoso mensaje está ahí. ¿Para qué? ¿Para que me crea que Jimena y yo vamos a retomar nuestra relación en el punto en el que la dejamos? Porque, ese es el temita del hilo, ¿no?
–¡Sí! –exclama mi yo adolescente, aplaudiendo emocionada.
No me soporto. Ni a mí, ni a mi pandillita interior, cada una tirando para su lado, y yo, en el medio, como una gilipollas.
–El hilo rojo –dice Natalia, mirando a Alba, durante la clase de Itziar Castro.
–El hilo rojo –asiente Alba, mirando, alternativamente a Natalia y a la profesora de interpretación.
–El hilo rojo... ¡Hum! –remata Itziar.
El fucking hilo rojo atraviesa el tiempo y el espacio, y me transporta a la habitación de Jimena, en su casa de Madrid, escribiendo aquella carta: Te prometo que no volveré a repetir lo que sea que haya hecho, porque no lo sé, Ana, te juro que no lo sé.
¿Cómo iba a saberlo, si no fui capaz de decírselo? Ni ella, de imaginar las gilipolleces que se me pasaron por la cabeza, para dejarla como la dejé.
Igual que la Natalia de este fic, se fue de mi vida sin mirar atrás. No quiero pensar cómo tuvo que sentirse. Sin entender nada. Sin que yo le diera la mínima oportunidad.
No hay hilo, por muy rojo que sea, capaz de soportar tanta tensión sin romperse.
Cierro YouTube en el momento en el que Natalia se tapa la cara con las manos, tumbada en el suelo, mientras suena She used to be mine, y Alba se acerca a ella para abrazarla. No estoy para más dramas ni más lágrimas.
Reanudo la lectura, con la esperanza de que el fic me dé alguna alegría, mientras me meto, entre pecho y espalda, un plato de macarrones con tomate king size, enterrados bajo una montaña de parmesano fundido, con los restos de la botella de vino que han sobrevivido a la debacle que ha supuesto para mí, la lectura de los capítulos anteriores.
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Cantábrico (Albalia)
FanfictionAna, directora de una editorial LGBT, decide dedicar el número en papel, de su revista digital, a realizar un estudio sobre los fanfic Albalia. Entre ellos, encuentra uno en el que la historia de Alba y Natalia contiene demasiados paralelismos con...