Convergente

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Llego a la reunión del Equipo de Redacción, con casi veinte minutos de retraso, porque, cosa inaudita, a Jimena y a mí, se nos han pegado las sábanas, este nueve de septiembre, después del puente que nos hemos concedido, gracias a que la festividad de la Virgen de Covadonga, Bendita la reina de nuestras montañas, ha caído en martes, con una sonrisa de oreja a oreja, que no pueden ver mis compañeras y, sin embargo, amigas, a causa de la (dichosa) mascarilla, pero sí apreciar reflejada en mis ojos, con el ánimo varios enteros por encima de mi media personal del último año, que ya es mucho, muchísimo, decir.
–'Nas tardes, jefa –me saludan, las cuatro, a coro, antes de que me dé tiempo a traspasar el umbral, las cabezas apoyadas en la palma de la mano. El codo, en la mesa. El gesto, cansino.
Se han compinchado, las jodías, para recriminarme la tardanza. No se lo puedo tener en cuenta, tienen toda la razón. Sólo a mí se me ocurre poner una reunión a las nueve y media de la mañana, después de cuatro días festivos. Por quitarla de en medio, por despejar la jornada, y la semana, que, para tener tres días, viene cargadita. Últimamente no sé dónde tengo la cabeza. Bueno, sí lo sé, pero este no es el momento ni el lugar para dar explicaciones. Todo a su tiempo.
–'Nos días, subordinadas –les respondo, con la misma ironía.
Me siento, echo un chorro de gel hidroalcohólico en las manos, me las froto a conciencia, siguiendo el protocolo, me quito la mascarilla –hoy he optado por un modelo acorde con la fiesta de ayer, azul bandera de Asturias y la Cruz de la Victoria, abajo, a la izquierda, y las miro a los ojos, una a una, como hacía en mis tiempos de profe de lengua, cada vez que entraba en un aula repleta de adolescentes que pugnaban por el liderazgo, cada cual a su manera –casi siempre contraria a las normas de convivencia y a la paz de mi espíritu–, para conectar con cada una de las personas que tenía enfrente, y transmitirles que nadie se escapaba a mi atención ni a mi consideración. No las saludo, a cada una por su nombre, como hacía con mi alumnado, porque ellas no necesitan que les recuerde, a cada momento, que tienen mi respeto y mi cariño. Lo saben.
–Muy contentina, se te ve esta mañana –Pruden, bordeando la delgada línea del sarcasmo (cariñoso).
–¿Será porque lo estoy? –le respondo en el mismo tono, elevando la ceja derecha.
He intentado un gesto chulesco, pero como no tengo experiencia, temo que se haya quedado en una mueca ridícula.
–Y porque madrugar te sienta genial, jefa –mi Lore, aportando su granito de arena–. ¿Verdad, Váyolet?
Violeta, más que mirarme, me hace un escaneo descarado –ojos entrecerrados, labios cerrados, acompañando su escrutinio con un movimiento de cabeza, arriba y abajo, abajo y arriba– y termina por mostrar su aprobación asintiendo la cabeza y convirtiendo la fina linea de sus labios en una sonrisa.
–Genial. Estás guapísima esta mañana, jefa.
–Va a ser por el madrugón, sí –añade Pruden con retintín–. ¿No se os habrá ocurrido venir, hoy, de Andrín? Sois capaces de cualquier tontería, con tal de pasar una noche más en ese refugio exclusivo que os habéis montado.
Hace mucho énfasis en una noche más y en exclusivo. Sé por dónde van los tiros y tengo que morderme la lengua para no estropearle la sorpresa que lleva esperando más de un año.
–¿Serás falsa? –imito la voz de Alba Reche, en una expresión que hemos incorporado a nuestro repertorio de frases míticas.
–¿Yo? ¿Falsa, yo?
–¡Sí, tú! –respondo, señalándola con el índice de mi mano derecha.
–¡Oh, tú! –Lore y Violeta se encargan de completar la escena, bajándose unas imaginarias gafas de sol de sus respectivas narices.
Así no hay forma de dirigir una reunión seria, debe pensar Antonia, que nos observa circunspecta. Se lo perdono, porque sé que la reunión de hoy es muy importante para ella y está nerviosa, la mujer, pero, a mí, me encanta el nivel de confianza y complicidad que tenemos, así que les sigo el juego.
–¡Qué va! Llegamos ayer, a media tarde, pero entre unas cosas y otras –le guiño el ojo a Pruden, para regocijo de Lore–, nos dieron las tantas y, verdaderamente, me he pegado un madrugón del quince.
–Unas cosas y otras...
–Ya sabes, Pru –acompaño el comentario elevando las dos cejas, encogiéndome de hombros y sonriendo con el candor de una niña de cinco años–, unas –pausa dramática–. Y otras.
Violeta y Lore observan el intercambio de pullas a un puntito de la carcajada. Antonia mueve la cabeza de un lado a otro, en un vano intento de mostrar su disconformidad con el teatrillo que nos hemos montado, impropio de una reunión profesional, pero, tanto Pruden como Lore, como Violeta, hacen caso omiso de sus reticencias y continúan con su interrogatorio.
–Define unas, porfa –me pide Lore.
–Y otras –la apoya Violeta.
–Está muy claro –Pruden me quita la palabra sin consideración alguna–. Con unas, artículo indeterminado, femenino y plural, se refiere a las cosas que se hacen primero...
–¡Ah, no! –la interrumpe Lore, haciéndose la ofendida– No empecéis con vuestros códigos secretos de mayores, que yo quiero enterarme de todo.
De mayores. Estoy por llamarla al orden.
–¿Qué códigos ni qué códigos? –le responde Pruden, al borde de un ataque masivo de risa– Ni que hubieras nacido ayer, Lore, tía, que hay que explicártelo todo.
–¿Estáis hablando de mí, en toda mi cara?
Cuatro pares de ojos se clavan en los míos. El par de Antonia, con su pizca de reproche, aunque sin poder ocultar que también se está divirtiendo. Los otros tres, de malicia. Me veo en la obligación de poner coto a tales desmanes y acabar con esta introducción, si queremos aprovechar el tiempo que nos queda.
Sé que se alegran por mí y me demuestran, de esta, y otras maneras, que no les han pasado desapercibidos los cambios que ha ido registrando mi cuerpo, y mi alma, durante este último año largo, más patentes para quienes me conocen y me quieren, como ellas. A qué negarlo, el amor (y el sexo) le sienta muy bien a mi piel, a la expresión de mi rostro, a la castigada musculatura de mi espalda, a mi humor, en general, a mi estado de ánimo, en particular. Aunque los motivos de mi alegría, esta mañana, no solo se deben al estado de (casi) permanente bienestar que me acompaña desde que Jimena y yo volvimos a ser un tándem.
Hace poco vi, en Twitter, un esquema de cómo se comportan las líneas vitales en las diferentes relaciones que mantenemos, con la familia, la pareja, las amistades, y hasta con los animales de compañía. Las líneas que representan a alguien que conoces en el momento equivocado y con quien te reencuentras en el correcto, definen a la perfección nuestra relación.
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Cantábrico (Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora