DE LA TIERRA A PLUTÓN Y VUELTA
Siete
Lo primero que hace al entrar en la terminal es comprobar que la hora de llegada del vuelo no ha sufrido modificaciones. Lleva tanto tiempo esperando el momento, que un retraso más, por pequeño que sea, le resulta insoportable.
Incapaz de permanecer un minuto más en su despacho, salió de Oviedo en cuanto recibió el último Whatsapp de Alba, desde su asiento en el avión, con el cinturón puesto y el aviso de salida inminente, así que ha llegado al aeropuerto con más de media hora de adelanto.
Pide una tila, con menta poleo, la cafetería y sale a fumar. Se apoya en la pared del punto más lejano a las puertas de entrada, a resguardo del orbayu, que no ha dejado de caer durante toda la mañana, lento, inexorable, con la vista perdida en el cielo gris, el pensamiento centrado en los recuerdos de las últimas cinco semanas.
Le encantan estos días, tan asturianos, que invitan a recogerse en casa y pasar la tarde en el sofá, leyendo, viendo una película o haciendo una maratón de series, al abrigo de una manta, con un café y el tabaco a mano. Le costó años de esfuerzo, y terapia, desvincular esta escena de la emoción que le producía haberla compartido tantas veces con Inés, pero lleva, ya, unos cuantos, en los que disfruta, verdaderamente, de los pocos momentos en soledad que le permite su ritmo de trabajo, sin añorar compañía. Hasta que Alba Reche apareció en su vida y ha empezado a imaginarlos con ella.
Ya lo han comentado, alguno de los domingos que se llamaron a media tarde.
Primero, un whatsapp, para cerciorarse de no interrumpir.
Hola, ¿qué haces? –es la contraseña que han adoptado de forma natural.
La respuesta le llega a Alba al instante.
Disfrutar de la típica tarde de domingo lluvioso, que estoy matada de la semanita que me he pegado.
¿Mantita y sofá? –hablar a diario les ha permitido familiarizarse con algunas de sus costumbres.
Mantita, sofá y maratón de Big littles lies. ¿Y tú?
He comido con mi madre y con Marina, pero ya se han ido. Dudaba entre ponerme a pintar o hablar contigo. ¿Te apetece que charlemos un ratito?
Me apetece muchísimo –le responde con una sonrisa que le llega a Alba a través de las ondas.
A Natalia le falta tiempo para apagar la televisión y levantarse del sofá, impulsada por el resorte de ilusión que siempre le produce hablar con Alba, antes de que suene el teléfono.
–Qué bien que me hayas llamado. Llevo una hora pensando en levantarme y hacer algo productivo, pero me daba una pereza...
–Si estabas pensando en ponerte a limpiar los cristales, no te lo recomiendo, los días de lluvia son los menos adecuados –la pica, sabiendo, como sabe, la alergia que le producen las tareas del hogar.
–¿Limpiar los cristales? –se ríe, por la ocurrencia– No, no, me refería a algo verdaderamente productivo. Tengo un tarro de Asturcilla, que he guardado para una ocasión especial, y me voy a hacer unos frixuelos.
–Fri... ¿qué? ¿Con qué?
–¡Ay, perdona! –le responde muerta de risa– La versión asturiana de los creps y la Nocilla.
–¿Tendrás valor de comértelos mientras hablamos? –protesta Alba, verdaderamente indignada.
–Sí que lo voy a tener. Estoy salivando, sólo de pensarlo. Pero te prometo que, en cuanto vengas, te hago una montaña y nos los comemos a medias. Aún me queda mermelada de manzana de mi abuela.
–Me encantaría estar ahí...
Alba espera la respuesta que sabe le llegará en cuanto Natalia procese el mensaje.
Son solo unos instantes los que necesita para asimilar que Alba ha vuelto a leerle el pensamiento.
–Me encantaría que estuvieras. Llevo toda la tarde echándote de menos bajo la manta.
En estas semanas de intercambios constantes de whatsapp y conversaciones telefónicas, Natalia se ha acostumbrado a no dejarse, casi, nada dentro. La frescura y la honestidad con la que Alba le habla de sus sentimientos y de sus deseos, han acabado, poco a poco, con las reservas que le impidieron abrazarla y lanzarse a boca, en demasiadas ocasiones, durante su único encuentro.
–Ya nos queda poco, baby.
Para Alba, la frustración que le generó no haberse arriesgado a un mayor contacto físico, después de leer en los ojos de Natalia una variedad de emociones, digna de un catálogo, la han decidido a guardarse lo menos posible.
–Cuento los días.
–Si descontamos hoy, ocho.
Los ocho días han pasado a más velocidad de la que pensaban.
Para Alba, porque necesitó aprovechar las vacaciones de Semana Santa para reunirse con su familia y amistades, y terminar de seleccionar todo lo que quiere llevarse a Oviedo.
Natalia, por su parte, viajó a Londres a ver a Ici, después de pasar por Madrid a reunirse con una de sus homólogas del Thyssen, para negociar las condiciones de uno de los proyectos conjuntos, cara a las celebraciones del setenta y cinco aniversario de la Fundación Prieto-Lacunza.
Ya han pasado esos ocho días. En menos de media hora, Alba aterrizará en Asturias y podrán materializar todos los planes que han hecho juntas, en la distancia.
¿Se acordará de lo que hablaron? Tiene que recordarlo, como lo recuerda ella, que ha surtido la despensa de Alba con todo lo necesario. ¿Le apetecerá ese plan? No se atreve a proponérselo. Es demasiado pronto. Por mucho que se hayan comunicado a diario, por mucho que hayan alimentado los sentimientos que surgieron durante su encuentro en Madrid, aún no tienen la confianza que se genera cuando puedes leer en los ojos de la otra. Quizás hoy, no. Quizás en un futuro. Además, esperan que la furgoneta que trae las cosas de Alba llegue a media tarde. Querrá colocarlo todo, la ropa, los libros, sus útiles de pintura... Lo más probable es que le apetezca instalarse a su aire.
Por eso ha pensado que lo mejor es comer en Cudillero, dar un paseo por el puerto, subir hasta el faro y pararse, de vuelta, en el mirador. Le ha dicho a Alba que se vista como para un día de invierno en Valencia y ha traído un paraguas enorme, capaz de cobijarlas a las dos. Luego, la llevará a casa y la dejará sola para que se familiarice con su nuevo hogar.
Consulta la hora en el móvil. Aún tiene tiempo para fumarse otro cigarrillo y tratar de serenarse. Ha intentado mantener sus nerviosismo bajo control, pero la inminencia del encuentro ha vuelto a convertir su estómago en un nudo y su corazón en un animal desbocado.
Cinco minutos antes de la hora prevista para la llegada del vuelo, entra en la terminal y se mezcla con las decenas de personas que se agolpan frente a la puerta de llegadas. Sabe que Alba ha tenido que facturar la maleta. Saldrá de las últimas, así que se sitúa de manera estratégica para intentar localizar su cabeza platino cada vez que se abren las puertas, por las que, poco a poco, va desfilando el pasaje de los dos vuelos que han llegado a Ranón, con escasos minutos de diferencia. Hasta que la ve, porque es Alba la que se ha acercado a la puerta, mientras espera a que su equipaje aparezca en la cinta, para regalarle una de esas sonrisas capaces de iluminar el día más oscuro.
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Cantábrico (Albalia)
FanfictionAna, directora de una editorial LGBT, decide dedicar el número en papel, de su revista digital, a realizar un estudio sobre los fanfic Albalia. Entre ellos, encuentra uno en el que la historia de Alba y Natalia contiene demasiados paralelismos con...